VIDA COTIDIANA
Victor Navarro, en 1913, le dedica unas bonitas palabras a la Vall de Gallinera que podrían referirse igualmente a Famorca:
"La pau de la Vall.
El poblet era realment tranquil: com no cantara algun gall, bramara algun burro, plorara algun xiquet o riguera alguna fadrina, res no venia a rompre el silenci d´una naturalea en calma. El cel estaba quasi sempre blau, sense res mes que algun nuvolet blanc que pareixia un pedas volander de cotó-en-pél: l´aire, encara fresc, rara volta passava a ser vent; el sol resplendía sense abrasir; i les nits eren tan suaus i dolces, que donava llástima anarse´n al llit. Tot respirava pau i felicitat; tot pareixia succeir amb regla i compás, com si la vida funcionara per moviment d´una máquina sáviament muntada i perfectament dirigida…
Des del llit, tots los matins sentís jo les esquelles dels ramats que eixien a pasturar, i ja savia que eren les uit. Si per casualitat –prou rara- em despertava al ferse de dia, llavors era el tráfec dels llauradors que amb els animals anaven als bancals o a la serra. I a boqueta nit tota aquella gent tornaava portant un aire de satisfacció i amorós interés, que donaven la sensació d´una tranquilitat d´esperit filla de la consciencia del deure complit, i d´una dolça esperança de rebre, en arribar a casa, la justa i acostumada recompensa en el carinyo de la familia. Fins els animalets acaminaven més lleugers a l´olor de l´estable o del corral". (Victor Navarro i Reig)
Se vivía al ritmo de la luz
del Sol, la hora era la solar. Nadie llevaba reloj, y se sabía la hora por los
toques de las campanas o porque al mediodía, daba el Sol justamente sobre la
Penya del Migdia, que es una roca característica, de color rojizo, que hay en
Alfaro, dentro del término municipal de Fageca, pero pegando al de Famorca.
La gente se levantaba a las
cinco o las seis de la mañana, para ir temprano al campo. La primera que se
levantaba era la mujer, y se ponía a preparar el almuerzo que se tenían que
llevar los hombres al campo. Normalmente se volvía a comer a casa y, en verano,
se dormía una pequeña siesta. Después de acabar la faena, antes de cenar, los
hombres se juntaban un rato en el bar y las mujeres se iban a la iglesia a rezar
el rosario.
La cena era a las siete u
ocho de la tarde, y en verano, un poco más tarde. Después de cenar, a lo mejor
se rezaba el rosario, o se arreglaba alguna cosa, o se estaba hablando junto a
la lumbre en invierno, o a la fresca, en verano, que salían a la calle y
estaban sentados hablando con los vecinos y con algunos otros que se acercaban.
Los mozos, después de cenar, salían un rato a hablar con otros mozos o a
rondar.
La vida consistía en
trabajar, buscar qué comer y rezar. Había que vivir sin gastar, sacar partido a
todo, aprovechar las cosas del campo y del monte y procurar comprar lo menos
posible. Apenas entraba dinero en casa, prácticamente sólo de vender las
almendras, el aceite y los huevos, y la gente tenía que ahorrar para cuando fuera
mal la cosecha o hubiera alguna desgracia.
Había muchos pobres. Los que
tenían pocas tierras tenían que ponerse a trabajar para otros que tenían más
tierras. Las tierras sólo daban fruto con muchísimo trabajo, ya que los
bancales eran muy pequeños y en la ladera de la montaña. Los caminos eran malos
y todo costaba mucho esfuerzo.
La vida allí era
terriblemente dura. Los hombres trabajaban de sol a sol, y las mujeres también.
Y los niños en cuanto podían ayudaban en el campo o en la casa, o iban a cuidar
el ganado. Las mujeres, además de llevar la casa y de cuidar a los hijos,
también ayudaban en el campo, y hay que acordarse de que no había ninguna
comodidad de las que hay ahora.
Si había algún enfermo o
lisiado se tenía que quedar en casa, lo que aumentaba los gastos. Cuando se
hacían mayores, al no cobrar pensión, tenían que vivir de lo que les dieran los
hijos y de la renta de las tierras.
La mortandad infantil era
muy elevada, había muchas enfermedades, muchas mujeres morían de parto, y, en
general, pocos llegaban a viejos.
Embarazo. No había métodos anticonceptivos y había muchos embarazos no
deseados. Las mujeres no se cuidaban mucho durante el embarazo y había muchos
abortos.
Parto. Los niños nacían en la propia casa. Morían muchos niños en el parto
y también muchas madres, hasta el punto de que, por eso, había más viudos que
viudas. Una mujer del pueblo hacía las funciones de comadrona. Después de
nacer, la madre y el chiquillo no salían de casa durante un mes.
Cuando la madre acababa de dar a luz, mataban una gallina en la casa y hacían
caldo, y la madre casi sólo se alimentaba de caldo de gallina durante muchos
días. Durante cuarenta días se procuraba que la madre tuviera más higiene que
la normal y no se le dejaba que tocara la basura.
Las mujeres cuando tenían el
período no pastaban el pan ni preparaban la comida, y apenas salían de casa.
Adopciones. A fines del siglo XIX y a principios del siglo XX,
era frecuente que una familia sacara del Hospicio algún niño o niña,
que se criaba como un miembro más de la familia, y no se hacía ninguna
distinción con los legítimos.
Madres de leche. Generalmente por causas de enfermedad, o por otras causas, a
veces la madre no podía amamantar a su hijo, y como no había los preparados
lácteos que hay ahora, tenía que ser otra mujer la que amamantara al hijo. Como
la amamantadora y el niño tenían que estar casi siempre juntos, el niño se
criaba en casa de la amamantadora durante unos meses. También ocurría que,
cuando la situación económica era muy mala, había madres que se iban a Argel
para amamantar niños y ganar así algo de dinero, y tenían que dejar a sus hijos
al cuidado de alguien.
Ahijados. Si algún matrimonio no tenía hijos, ocurría que algún pariente
cercano, normalmente algún hermano, cedía temporalmente a algún hijo para que
aquellos lo tuvieran como hijo propio y les pudiera ayudar en las faenas de la
casa o del campo.
Bautismo. A los ocho o quince días de nacer, se hacía el bautizo del
niño. No siempre se hacía celebración por el bautizo. Otros hacían bizcochos,
magdalenas, etc. y las ponían en mesas en casa, y la gente del pueblo iba
pasando comiendo pastas y bebiendo vino moscatel. En la calle, el padrino
lanzaba a los niños caramelos y moneditas.
Infancia. Al niño recién nacido le ponían en un capazo, y colgaban el
capazo de una cuerda anudada a un clavo en el techo. El capazo lo tenían junto
a la puerta de entrada de la casa, y se iba moviendo el capazo para acunar al
niño. A los bebés se les alimentaba con una papilla hecha de harina y leche.
Comunión. Se hacía por el Corpus, o días antes, y el día del Corpus los
comulgantes salían en procesión los comulgantes. Todos los niños del pueblo
comulgaban a la vez. A principios del siglo XX comulgaban entre los siete y los
nueve años. El vestido de comunión de las niñas era una bata de diversos
colores que les llegaba hasta las rodillas. Los niños llevaban un pantalón y
una camisa. Después de la comunión, antes de comer se convidaba a los allegados
a dulces, y algunos, muy pocos, los invitaban a comer. A partir de los años
cincuenta, los que habían tomado la comunión iban de casa en casa todos juntos,
pidiendo que les dieran alguna propina.
En los años treinta, comulgaban entre los 7 y los 9 años.
En los años treinta, comulgaban entre los 7 y los 9 años.
Educación. La asistencia a la escuela no era regular. Los niños
comenzaban a trabajar a los siete o nueve años, e iban a ayudar en las faenas
del campo o cuidaban ganado. Las niñas eran educadas para hacer las cosas de la
casa y para prepararse para el matrimonio.
Juventud. Mientras los chicos jóvenes salían por ahí y se divertían, las
chicas jóvenes no podían salir ni divertirse y, además, tenían que llevar una
vida más hogareña que los hombres.
Noviazgo. Se casaban entre los veinte y veinticuatro años. Cuando se
casaban apenas se conocían, y con frecuencia casarse con uno o con otro
dependía más de los arreglos de las respectivas familias que del amor que se
tuvieran.
En el siglo XIX cuando los
que habían sido novios abandonaban el noviazgo, el novio por despecho, apilaba
alguna albarda vieja y otras cosas junto a la fachada de la casa de la novia y
le prendía fuego, ensuciándole la fachada.
Pedida de mano. El novio y sus padres iban a ver a los padres de la novia, y
les exponían los bienes que el novio aportaba al matrimonio, y los padres de la
novia se obligaban a igualar con dinero o bienes lo que el novio aportaba. A
este acto se le llamaba “l´encartament”.
La “convidá”. El hombre que se iba a casar, días antes de la boda, invitaba
a los que no se habían casado del pueblo todavía. Si el que se casaba con una
chica del pueblo era forastero, hacía una convidada más importante, para
compensar el llevarse a una chica del pueblo.
Ajuar (“aixouar”). La novia iba a Alcoy a comprar la tela para las
sábanas, y ella misma se las bordaba, poniendo sus iniciales y una cenefa. El
bordado lo hacía a mano, aunque cuando aparecieron las máquinas de coser se
utilizaron éstas. Otras, las que no sabían coser, los daban a otras para que se
los bordaran. A las toallas también se les ponían las iniciales. Para el ajuar
también se hacía la ropa interior. Las mantelerías las compraban hechas o se
las bordaban ellas. Además, dentro del ajuar estaba la vajilla, la cristalería
y todo lo de la cocina. El novio, normalmente, ponía el edificio de la casa, y
también los muebles.
Matrimonio. Hasta que tenían casa, la mujer iba a vivir a casa de la
familia del marido. Con muchísima frecuencia los varones se casaban con chicas
de fuera y las chicas también. Hago observar que aunque se conservan
prácticamente los apellidos de los repobladores del s. XVII, no es porque los
del pueblo se casaran entre sí, sino porque los varones se quedaban en Famorca
y se mantenía el apellido en el pueblo.
El día de la boda, los
novios se ponían trajes bonitos. Las novias se casaban con un traje negro
largo. A la salida de la boda se le tiraban a los niños caramelos y monedas.
Muy pocos hacían comida con invitados para celebrar la boda. Lo normal era
tomarse un aperitivo, todo basado en dulces, y no acudía mucha gente. Muchas
veces, después de la boda se hacía una chocolatada en casa de la novia, y se
ponían magdalenas, bizcochos, mantecados y otros dulces, acompañado de licores
y aguardiente. Sólo a partir de 1945 alguno de los que se casaban empezaron a
invitar a una paella a los familiares y amigos. Hasta los años veinte, o más
tarde, no había costumbre de regalar nada a los novios. Lo del viaje de novios
no llegó hasta bien entrado el siglo XX, y no en todos casos ni mucho menos. Se
solía ir a Calpe, a Valencia, a Barcelona, etc.
Matrimonio entre viudos. Era muy corriente el casarse al enviudar, y casi siempre se
tenían hijos con la nueva pareja. También era frecuente casarse con un hermano
o hermana del que se hubiera muerto. Cuando se casaban dos viudos, los mozos
del pueblo iban con cencerros (“picots”) y gritaban y cantaban y les gastaban
bromas pesadas. A esto se le llamaba la “cencerrá” o “la picota” o
“l´esquellada”, y se hacía o la noche de después de la boda o la noche de
antes.
La extremaución. Iba el sacerdote a casa del enfermo, y le hacía una cruz en
los pies y otra en la frente. Cuando el sacerdote iba por la calle llevando el
viático a los enfermos, un monaguillo iba a su lado haciendo sonar una
campanilla.
Herencia. Normalmente heredaban todos los hijos a partes iguales, aunque
los varones siempre heredaban más. No se heredaba hasta que no se morían los
padres. Los hijos varones cultivaban las tierras y les daban a sus padres la
mitad de la cosecha. Cuando se repartía la herencia, acudían varios testigos
del pueblo y el sacerdote.
LAS CASAS
La
casa se destinaba a satisfacer las tres necesidades básicas de la familia:
residir (comer y dormir), cobijar a los animales domésticos y guardar los
aperos y parte de la cosecha. En función de estas necesidades, se construían las
casas. La estructura de las casas
se ajustaba a las necesidades agrícolas y de subsistencia de la familia. La
casa siempre era más larga que ancha, la fachada era estrecha, y casi todas
tenían la planta baja con corral y una planta encima, aunque a partir de los
años treinta aumentaron mucho las de dos pisos encima.
Veamos cómo eran las casas:
Casa junto a la iglesia
Veamos cómo eran las casas:
En la planta baja, entrando,
a mano derecha o izquierda, había una habitación o dos. Una de ellas se
empleaba como dormitorio (si había personas mayores o enfermas, dormían aquí),
y la otra también como dormitorio o como cocina (guisador), que era donde se
preparaban las comidas para ponerlas luego al fuego en el “llar”. Al lado solía
haber un armario grande cerrado o un cuartito que hacía de despensa. Allí solía
haber una pequeña “fresquera”, que era una caja hecha con madera y alambre, y
allí se guardaba la carne. En un rincón, normalmente debajo de la escalera,
estaba el “canterer”, donde se guardaba el agua en cántaros y en botijos, pero,
a veces, debajo de la escalera estaba el “pastador”, para amasar el pan, y el
canterer estaba a la entrada. El canterer se cubría con una cortina de tela
para que no acudieran las moscas
Junto a la puerta de
entrada, a mediados del s. XIX, había un tragaluz, sin cristal, que se tapaba
con la base de un cántaro, liado con un trapo. Luego, este tragaluz se fue
haciendo ventana. Ninguna ventana tenía cristales.
La puerta era grande, pues
tenía que pasar el mulo por allí, tenía una sencilla decoración y
solía ser de buena madera (mobila, que es un pino especial). Muchas veces se
ponía una plancha de latón en la parte baja de la puerta de la calle, para
evitar que la humedad dañase la madera. Al ser tan grande, facilitaba la
ventilación de la casa. Solía ser de dos hojas, y en una de las hojas había una
puertecita pequeña “porteta”, que más modernamente se acristalaba. Entre el
marco de la puerta de entrada y la pared, junto al suelo, había un agujero
(gatera) para que pudieran entrar y salir los gatos, para cazar ratones. El
resto de puertas de la casa eran de pino corriente. Todas las puertas se
barnizaban, en especial la de la calle, y como barniz se usaba el aceite que se
había usado para freír el trigo. Más modernamente, también se les daba gasoil.
Antiguamente delante de la
puerta de entrada se ponía una cortina hecha con cuatro sacos cosidos, más
tarde se ponía una persiana hecha con medias cañas o cañas enteras. Por la
noche esta persiana debía quitarse o subirse, ya que en el pueblo querían
evitar que alguien se escondiera detrás o que les vigilaran. Para que no
entraran moscas, a veces, en la puerta de entrada solía ponerse una
cortina hecha con trocitos de sarmientos ensartados en alambres o
bien una cortinita hecha con una especie de cadenita metálica; estas cortinas
tenían unas arandelitas de las que había que tirar para desplazar la cortina a
la izquierda o a la derecha, o bien, también para evitar las moscas, se ponía
una tela blanca enganchada en una barra de hierro, que cubría todo lo que era
la entrada, ya que en verano las puertas de madera estaban siempre abiertas.
Cuando llovía o nevaba se ponía un cañizo delante de la puerta.
Pasada la entrada de la casa
había una sala grande donde estaba el “llar”, con la
chimenea. Aquello era el centro de la casa, allí estaba el fuego, se
comía y se pasaba la velada. En invierno, el fuego estaba encendido
casi todo el día. Junto al llar, había un banco de piedra pegado a la pared,
que normalmente se usaba para colocar allí el “cossi” (cuenco) de la
colada. El cossi es parecido a una tinaja, pero más bajo y más ancho.(recipiente grande de barro cocido
para conservar agua)
En esta sala solía haber
unos armarios empotrados, para guardar la vajilla y algún alimento. Los únicos
muebles que había eran una mesita pequeña para comer y una silla por persona,
hecha de enea o encordada con soguilla de esparto.
El piso, a mediados del
siglo XIX era de arcilla apisonada o de yeso, o bien empedrado. Depende del
dinero que hubiera, se arreglaba el piso un poco mejor o peor. Era frecuente
que el paso de la puerta al corral, por donde pasaban los animales, tuviera un
piso más duro, para que no resbalaran. Luego se pusieron baldosines con mucho
relieve, con la forma de tabletas de chocolate. Las paredes estaban encaladas,
no se pintaban. Como siempre estaba encendido el fuego, las paredes se
ennegrecían con frecuencia, y cada poco había que volver a encalar las paredes.
Esto se hacía con brochas. Alguna vez, se coloreaba la cal con azulete o con
color rosado. Las fachadas nunca se pintaban, y muchas veces, ni se enlucían,
quedando con la piedra vista. A partir de finales del siglo XIX ya se
enlucieron todas las fachadas, y luego, se fueron pintando casi todas. En todas
las fachadas había una anilla incrustada en la pared, para atar al mulo.
Al fondo, enfrente de la
puerta de entrada de la calle, estaba el corral, que era muy pequeño. Había una
parte descubierta que se le decía el “ras”, y allí estaban las gallinas,
conejos y la cabra de leche, y otra parte cubierta llamada “cobert”, donde
estaba la cuadra con el mulo o el asno, y en un rincón “la porquera”, para el
cerdo. Las casas siempre olían mal, porque el mulo tenía que pasar por dentro
de casa para entrar y salir, y, además, el olor de la cuadra y del corral
impregnaba toda la casa. A veces, para perfumar la casa se echaba una cucharada
de azúcar sobre el carbón caliente, o, en unos jarrones, se ponían plantas
aromáticas. Por la calle y por las casas había muchísimas moscas siempre.
Como no había retrete, las
personas hacían sus necesidades en el ras. Cuando iban, se proveían de una caña
para ir alejando a las gallinas mientras ellos estaban allí. En el suelo del
ras se echaba hierba y los restos de limpiar los márgenes, y también se echaba
“brossa”, que era la tierra que había pegada a las raíces del romero. También
se echaba paja, pero poca, de la que le había sobrado al mulo. Allí iban a
parar las sobras de la comida. No era infrecuente que se recogieran las boñigas
de las caballerías, incluso de los caminos y las calles, y se llevaran al
corral. Allí se iba mezclando todo y se convertía en “fem” (estiércol). El
estiércol se sacaba para el mes de octubre, y se llevaba a los campos como
abono.
La leña se guardaba,
apilada, en el cobert.
Cerca de la entrada partía
una escalera, sin barandilla, que llevaba al piso de arriba.
Todo el primer piso recibía
el nombre de “cambra”. En el primer piso había varias habitaciones. En varias
de ellas, las más oscuras, se guardaban las tinajas con aceite (“gerres”) y
otras con grano y legumbres, otras con carne en adobo, y colgando de las vigas
los embutidos, los pimientos, las panochas de maíz, etc. La fruta se solía poner
extendida en el suelo de estas habitaciones. Si no había bodega, se guardaba
aquí el vino, en toneles pequeños (“tonelets”). En una habitación dormía el
matrimonio, y en otras los hijos. A mediados del siglo XIX, lo normal era que
hubiera sólo dos habitaciones-dormitorio, una para los padres y otra para las
hijas, y los hijos varones, se tenían que acomodar donde pudieran para dormir,
bien sobre serones o aparejos, o bien en la pallisa (pajar).
En los dormitorios apenas
había muebles. Sólo solía haber un par de baúles con ropa y una cama muy alta,
hecha con dos banquillos y unas tablas, con una colchoneta encima. Muy pocos
colchones eran de lana, lo normal es que fueran de borra, pero también había
muchos rellenos de paja de trigo (“márfegas”) o rellenos con “pellorfa” de maíz
(la corteza que cubría la panocha). Los colchones debían varearse una vez al
año, y eso lo hacía la mujer de la casa. Las telas para los colchones se
compraban en Alcoy.
En algunas casas se
construyeron hornos, normalmente en la planta baja. Eran hornos de apenas un
metro de largo, con forma de bóveda de cañón, y tenían una cámara para el fuego
y otra para cocer.
Las ventanas eran muy
pequeñas, y sin cristales, y era corriente que hubiera un balcón encima de la
puerta de la entrada, que correspondería a la habitación donde dormía el
matrimonio.
En el segundo piso estaba el
“portxi”o “la pallisa”.
Si sólo había dos pisos,
todo lo que describo a continuación estaba incluido en el primer piso.
En el portxi no solía haber
tabiques. En una esquina se amontonaba la paja, y allí había un agujero que
comunicaba con el pesebre del mulo, y por ese agujero se dejaba caer la paja
para los animales. El portxi también se usaba como almacén. Allí se ponían
herramientas, aperos del campo, tinajas vacías, esportines, etc. Aquí nunca se
almacenaban los alimentos, pues era frecuente que hubiera ratas y ratones.
Había un ventanal muy grande, que siempre estaba abierto, y por ahí se metían
las cosas voluminosas, la “aixaviga” con la paja, etc. Como el portxi estaba
oscuro y la ventana estaba abierta, era muy común tener murciélagos allí.
El tejado era bastante
inclinado, pues llovía y nevaba mucho. Siempre era de teja, con canales. Las
tejas se ponían sobre cañizos, obrados con yeso. Hasta hace muy poco, a nadie
se le había ocurrido poner terraza. La chimenea se solía tapar con una plancha
de hierro puesta sobre cuatro hierros, para que no entrara agua de la lluvia.
Muchas veces, debido al desnivel
del terreno, se aprovechaba esto y se hacía una bodega que, además de para
guardar el vino, servía para guardar muchas otras cosas. Las pocas bodegas que
existen tienen paredes muy gruesas y pilares robustos
Las casas se hacían siempre
con piedras, y estas piedras se unían con mortero hecho con cal y arena. La cal
la sacaban de los hornos de cal y la arena la sacaban del río o de zonas donde
se había depositado arena en otro tiempo.
LIMPIEZA
La ropa se lavaba en el lavadero, pero también en “Els Noguerets”, en el río o en las balsas de cerca del pueblo (Fontetes, Clot, etc.). Se utilizaba un jabón casero hecho con aceite y sosa. Cuando la ropa estaba muy sucia, se hacía la colada. El lavado de ropa era muy penoso, y era normal que en invierno hubiera que romper el hielo de la superficie para poder lavar en el lavadero.
El cuenco de la colada
(“cossi”) se colocaba en un banco de piedra al lado del llar. El cuenco era
como una tinaja grande y ancha, con un agujero en el lateral en la parte de
abajo. A mitad del s. XIX se hacía la colada de la siguiente forma: Se ponía la
ropa dentro del cossi y, de ahí, partía una caña hueca, a modo de cañería, que
atravesaba la chimenea y vertía el líquido sobre la caldera que estaba puesta
al fuego; en la caldera se estaba calentando el agua con la lejía, y con un
cazo se iba vertiendo líquido sobre la ropa. Al principio, se añadía sólo agua
hirviendo y luego, agua con “lejía”, y se repetía la operación varias veces. La
colada se hacía dos veces al mes. La lejía se fabricaba en casa. Para ello se
quemaban cáscaras de almendras y las cenizas se disolvían en agua.
A veces, se tintaba alguna
prenda, normalmente cuando había que llevar luto, y entonces se diluía el tinte
en un recipiente con agua caliente, sin que llegase a hervir, y se iban
introduciendo las prendas dentro.
Para planchar, se utilizaba
una plancha que era toda de hierro, con agujeros por los dos lados. Dentro se
ponían las brasas del fuego y, además, carbón, y había que tener cuidado de que
no se acabara el carbón. Con frecuencia salían llamas, y a veces, caía ceniza o
saltaban chispas, y se quemaba la ropa. Se planchaba encima de una mesa, con
una manta y una sábana encima.
La vajilla se limpiaba con
jabón lagarto y esparto, aclarándola en un “llibrell” y cambiando el agua
cuando estaba sucia. Antiguamente se usaba tierra de fregar, que era una tierra
que tenía arcilla y cal, y la traían a vender los vendedores ambulantes. Con la
estepa se quitaba la grasa de las ollas grandes y la de las paellas.
La limpieza de la casa
también era muy trabajosa. La casa siempre estaba sucia por los animales y por
las faenas del campo. El piso se barría con una escoba de palma, y donde había
suelo con piso, se fregaba con un trapo, arrodillándose en el suelo, y con un
cubo de metal (esto se hizo hasta no hace mucho tiempo, pensemos que la fregona
no se inventó hasta los años cincuenta, y aquí aún tardó más en llegar). Primero se
mojaba todo el suelo con agua y jabón y luego, con el trapo escurrido, se
recogía el agua.
Donde se hacía fuego, se
limpiaba con “tap” (una arcilla especial).
En la casa había muchas moscas.
Se espantaban con un “vental”, que era un palo corto con tiras de tela en un
extremo, y cuando había muchas, entre todos los de casa, las iban echando hacia
la calle con trapos y toallas, y cuando estaban junto a la puerta, se retiraba
el toldo y salían todas.
Los piojos eran muy comunes.
Se quitaban los piojos con un peine especial que tenía las púas muy juntas
(“pinta”). Los niños se ponían de rodillas en el suelo, con la cabeza sobre las
rodillas de la madre y ésta les pasaba el peine y les buscaba los piojos de la
cabeza, a esta operación se le llamaba “espluar” o “espulgar”.
Dentro de los armarios, para
ahuyentar los insectos se ponía espliego.
FABRICACIÓN DE JABÓN
Para fabricar el jabón se aprovechaba el aceite rancio. El proceso se hacía en crudo. En un gran recipiente de hojalata se ponía media arroba de aceite del de limpiar las tinajas, o aceite rancio, y luego se le añadía un kilo de sosa cáustica, que se había puesto a remojo la noche anterior. Luego se ponía media arroba de agua y se añadía harina (un puñado con las dos manos). Después se removía todo y se hacía una pasta, que ya era el jabón. A veces, la mezcla “se cortaba”. Si se cortaba, se ponía al fuego y se removía hasta que se hacía una masa compacta. Cuando la pasta se había endurecido, se cortaba en cuadrados y cada cuadrado era una pastilla de jabón. Aparte de esto, desde principios de siglo ya existía el famoso jabón “lagarto”, que se compraba a vendedores ambulantes y se empleaba para casos especiales.
FUEGO
Las cerillas no aparecieron
en España hasta 1844, y a los pueblos llegaron mucho más tarde. Todavía
recuerdan los mayores del pueblo la primera vez que en Famorca se vio una caja
de cerillas (mixtos), que fue un domingo, en los años veinte, que mientras se
estaba jugando a la pelota, un señor de Beniarrés que había venido a ver la
partida, se encendió su cigarrillo con una cerilla, y todos quedaron
maravillados.
El fuego se conseguía
produciendo una chispa con un eslabón sobre el pedernal, y luego se prendía una
mecha.
La leña que se usaba para el
fuego siempre era de los propios bancales, de podar o de arrancar algún árbol.
Se llevaba a casa en el mulo. Para hacer fuego se empleaban “glebas de pinyol”,
que eran restos de las olivas prensadas para la extracción de aceite que, una
vez secas, se guardaban. La vida en invierno se desarrollaba en torno al fuego.
Por las noches, uno se calentaba antes de dormir y con el cuerpo caliente se
iba a dormir sin que hubiera más calor en ninguna habitación. Los braseros
apenas se usaban.
Si se estaba mucho tiempo
junto al fuego salían manchas en las piernas, que se llamaban cabras,
“cabretes” o vacas.
VESTUARIO MASCULINO
Madoz, en 1845, al hablar
del traje que se usaba en la provincia, detallaba muy bien el traje que, hasta
principios del siglo XX, se llevaba los días de fiesta en Famorca. Madoz lo
describía así: “..camisa blanquísima prendida al cuello, con un pañuelo de
color, cerrado con una ancha sortija, chaleco de terciopelo negro, o de color,
con botonadura de plata o de otro metal blanco, saragüelles tan blancos como el
armiño, sujetos con una faja de seda o estambre, media blanca de estribera,
alpargatas liadas a la canilla de la pierna como el coturno de los romanos,
manta lisada de hermosos lugares en lugar de capa, y pañuelo en la cabeza liado
a modo de turbante..”
Hay que recordar que hasta
el siglo XVIII, no introdujeron los franceses el pantalón en España. Era más
normal usar unos calzones (“camalets”) de tela gruesa, que los “saragüells”.
Los “saragüells” se usaron hasta finales del siglo XIX.
La faja se llevaba tanto en
invierno como en verano, siempre era de color negro, y le daban varias vueltas
alrededor de la cintura, y llevaba flecos en los extremos, que se recogían
dentro de la faja.
En Famorca, en el siglo XIX,
sí que llevaban el chaleco (“petí”), pero la camisa que usaban era de color
oscuro, y hasta los años treinta no empezaron a ponerse camisa blanca.
Como ropa interior se usaban
unos calzones de tela gruesa, que en invierno llegaban hasta los tobillos, y
una especie de camiseta.
El pañuelo de la cabeza, se
lo ponían con el nudo delante y el pico detrás. Cuando hacía mucho frío
utilizaban la bufanda. A veces se utilizaba una gorra hecha con piel de conejo.
Antiguamente los hombres
sólo se hacían un traje para toda la vida, el de la boda, y ése era el que
llevaban para las fiestas, y con frecuencia eran enterrados con ese mismo
traje.
Para el campo normalmente
llevaban blusa, y siempre utilizaban ropa vieja, muy cosida.
Las ropas, tanto en hombres
como en mujeres, eran casi siempre negras, ya que era frecuente estar de luto
por unos u otros de la familia.
VESTUARIO FEMENINO
Las mujeres solían llevar
una blusa negra, una falda larga y, en la cabeza, un pañuelo negro grande
(mocador), y lo llevaban anudado debajo de la barbilla. A principios del siglo
XX, ya dejó de llevarse el pañuelo. La falda era fruncida y llevaba dos cintas
anudadas detrás, que se cruzaban primero por delante. La falda
llegaba hasta los tobillos, y era de color negro, o bien negra y blanca.
Todavía en los años veinte, cuando hacía más frío, se utilizaba un chal de lana
negra, y también una “toqueta”, que era una prenda de punto que se llevaba
encima de los hombros y cubría el pecho y la espalda. Usaban un delantal
(“devantal”).
En los años veinte,
interiormente, se llevaba el refajo, la camisa y el sac. El refajo solía ser de
tela de lino, era como una falda con dos cintas para atárselas a la cintura. La
camisa iba debajo de la blusa, y también solía ser de lino, era muy ancha, tenía
dos tirantes anchos y era de manga corta, y era muy larga, tanto como el
refajo. A veces también se usaba el “sac”, que era como una blusa ancha con
manga, fruncida en la espalda. El corsé no se utilizó hasta los años treinta.
Tenía unas varillas metálicas (ballenas) y dos cintas que salían de la parte de
arriba y se iban entrelazando en la espalda hasta llegar a la cintura, y luego
se llevaban hacia delante, cruzándose y volviendo hacia atrás para atarlas.
Debajo del refajo se usaban las enaguas y los “pantalons”. La enagua era como
una falda interior. Los pantalons eran de tela normal, con abertura debajo y a
los lados, para poder ponérselo, llevaban dos cintas que salían de delante y se
anudaban detrás, y otras dos cintas que salían de detrás y se anudaban delante.
Llegaban hasta la rodilla y en la rodilla llevaban una goma por dentro. Lo
normal era llevar solamente alguna de las prendas interiores.
A partir de los años treinta
se usaban el brial y las bragas. El brial era una enagua con puntillas en el
bajo y en la parte de arriba. Las bragas tenían forma de pantalones cortos, y
en la cintura llevaban una goma interior.
Siempre se usaron medias.
Hasta los años treinta eran de algodón, y de color negro. Se las hacían las
propias mujeres, y se usaban ligas.
Para fiestas y otros
acontecimientos, las mujeres iban a Alcoy a hacerse la ropa. En los años
veinte, venía un matrimonio de Cocentaina a vender ropa al pueblo, que se ponía
en casa de la tía Pepa. Siempre había alguna mujer que arreglaba la ropa. En
los años veinte, había dos hermanas, que iban con muletas ambas, y se llamaban
Joaquina y Remedios, y cosían camisas, pantalones y algún vestido.
ROPA DE NIÑO
Los niños llevaban
pantalones hasta la rodilla. Los bebés, llevaban una faja enrollada a lo largo
de todo el cuerpo.
CALZADO
Los hombres sólo compraban
zapatos para su boda. Las mujeres alguna vez más, pero no muchas. Los zapatos
de mujer eran negros, cerrados completamente, con botones que se abrochaban a
un lado. Los zapatos se compraban en Alcoy.
Se usaban normalmente las
espardenyas, de fabricación casera. En los años veinte aparecieron las abarcas
(“avarques”), y aquello supuso un gran adelanto. Como las abarcas tenían clavos
y remaches y eran muy bastas, pues se hacían con cuero sin adobar, causaban
muchas heridas en los pies. Casi nunca se usaban calcetines. No era infrecuente
que en el bancal se trabajara descalzo, bien por no estropear el calzado o bien
por no hacerse rozaduras.
Antiguamente siempre eran de
esparto. Años después se fue utilizando el cáñamo y entonces se usaban las
espardenyas de cáñamo los días festivos y los de esparto para uso diario.
Hasta los años sesenta
no aparecieron las alpargatas de suelo de goma, que se empezaron a usar, pero
sin olvidarse de las espardenyas.
COSER
A las mujeres, el poco
tiempo que les quedaba libre lo empleaban en coser, y se juntaban entre ellas
para coser.
Mucha de la ropa se hacía en
casa, y, además, siempre había cosas que coser porque había poca ropa y se
estropeaba mucho, y había que aprovecharla y hacerle remiendos. Además, se
hacían labores, encaje de bolillos, punto de media, punto de cruz, ganchillo,
etc., y las mujeres querían tener los cubrecamas y manteles más bonitos. Aparte
de eso, preparaban los ajuares de las hijas.
Antiguamente se hilaba con
una hiladora, y con ese hilo se hacía una tela gorda a la que se le llamaba
“tela” (sólo este tejido recibía el nombre de “tela”), y con esta tela hilada
se hacían las prendas de vestir.
PEINADO FEMENINO (años veinte)
Las niñas solían llevar una
raya en medio, y el pelo hasta un poco más arriba de los hombros. A veces se
hacían dos trenzas, una a cada lado.
Las mujeres se hacían una
especie de moño que se llamaba “figó”, primero se hacía una trenza y se
enrollaba en la parte de detrás haciéndose el moño y sujetándoselo con
horquillas. El moño podía quedar bajo o a mitad de la cabeza. Algunas mujeres
usaban peineta. A veces se untaban aceite en el pelo para hacérselo más
reluciente. Apenas se lavaban el pelo, pero sí se lo solían cepillar todos los
días. A veces se untaban vinagre para suavizar el pelo.
Para peinarse se ponían una
telita sobre los hombros (“pentinador”), y al comenzar a peinarse lo primero se
pasaban la “pinta”, que era un peine corto con púas muy juntas a ambos lados.
Este peine servía para quitarse los piojos y las liendres. Después se peinaban
con un peine normal (“batidor”).
Las jóvenes usaban
tenacillas para hacerse las ondas, y lo hacían calentando las tenacillas en el
fuego.
El pelo se lo cortaban una
vez al año, y solían aprovechar un viaje a Alcoy para cortárselo.
Las mujeres no se pintaban
los labios, pero sí se daban polvos en la cara. El jabón de tocador que usaban
era Heno de Pravia, que ya existía en los años veinte.
EL BARBERO
Los hombres siempre llevaban
el pelo muy corto. Se afeitaban una vez a la semana, normalmente los domingos.
Les solía cortar el pelo y afeitar el barbero, y si no, se afeitaban ellos
mismos. El barbero solía ser de otro pueblo, y venía andando. Todas las
herramientas necesarias las llevaba en una cesta de mimbre: una jabonera, un
“escalfador” para calentar el agua, las tijeras, el peine, una bacía y el
setmanari (que era un juego de siete navajas de diferente tamaño). Para afilar
las navajas lo hacía con la propia correa de cuero que llevaba en el pantalón.
Antes de afeitarles les lavaba la barba con agua caliente y luego les
enjabonaba. En los años veinte, el barbero se instalaba en casa de Etelvina.
Luego el barbero dejó de ser ambulante, y fue uno del propio pueblo, que tenía
la barbería en la Volta.
ALIMENTOS
Apenas se compraba ningún
alimento que no se produjera en casa. Se comía de lo que había, y si no había,
no se comía. Comían lo que producía el campo, lo que se sacaba de los animales
de casa, y poco más. Lo único que se compraba de fuera, y, en poca cantidad,
era el arroz, el pescado salado (sardinas de cubo, melva, bacalao, caballeta,
bull, etc.), y también algo de pescado fresco.
A veces se intercambiaban
unos alimentos por otros, o por otras cosas.
El desayuno consistía en un
trozo de pan y poco más, sólo los niños tomaban leche, y no siempre. A veces
simplemente era un trago de aguardiente, paloma o cazalla.
El almuerzo, tampoco era muy
fuerte, era un trozo grande de pan, con aceite y algo del cerdo o embutido.
Para almorzar, si no estaban muy lejos, acudían a casa, a menos que estuvieran
segando o cogiendo la oliva.
El “recapte” era el conjunto
de viandas que se llevaba el hombre cuando iba a trabajar al campo, y no iba a
acudir a comer a casa. Solía consistir en conejo o lomo (“llomello”) con
tomate, o también “mullador” (para mojar) de bull, tonyina y otro tipo de
salazones. A veces, tortilla de patatas, butifarra o sobrasada. El recapte iba
dentro de una “capsa de llauna” (caja de hojalata), llamada fiambrera
(“recaptera” o “carmanyola”) que se metía dentro del “cabasset de recapte”,
donde también se solía poner una botella de vino.
Era muy corriente que fuera
la mujer la que le llevaba el almuerzo o la comida al marido y a los hijos que
estaban trabajando en el bancal, y solía llevar comida para todos los que
estaban trabajando. En invierno era corriente almorzar antes de salir de casa.
A veces, para la siega o para la recogida de la oliva, se llevaba la comida
medio preparada, y se hacía una hoguera en el bancal y se acababan de preparar
los platos allí.
La comida se hacía a las
doce del mediodía, que entonces coincidía con la hora solar. Se colocaban todos
alrededor de la mesa, normalmente sin platos, y se ponía una olla o una fuente
grande en medio, y cada uno tenía una cuchara e iba comiendo, normalmente
poniendo un gran trozo de pan bajo la cuchara para que no escurriese. La comida
consistía en verdura, o sopa, o cocido, o butifarra asada (“torrá”), o tocino.
Se comía muy poca fruta.
Sólo merendaban los niños, y
la merienda consistía en un trozo grande de pan untado con aceite sólo, o con
aceite y azúcar, o con aceite y pimentón. Alguna vez se tomaba pan con vino y
azúcar (“pa i sanglol”), poniendo el pan a remojo en vino.
La cena era a las siete o
las ocho, antes de anochecer. Consistía en un hervido de verduras o patatas, o
patatas fritas, y algún embutido.
Muchos días las mujeres,
cuando iban al campo a quitar las hierbas, o a recoger las aceitunas, cogían
hierbas y verduras silvestres de los bancales y, a la noche, las hervían y
luego las freían, y eso era la comida del día siguiente.
El consumo de proteínas
(carne y huevos) era escaso, y se comían muchas verduras y legumbres. La carne
se consumía los días de fiesta, algún domingo, y muy poco más. Entre la carne,
había mucho cerdo, algo de cordero, conejo si se había cazado, algún pajarito,
y poco más. La gallina y el pollo eran mucho más caros que ahora, y casi no se
consumían. Los huevos, como se podían vender, preferían no comerlos y obtener
dinero.
El queso no se fabricaba ni
se compraba. Se bebía poquísima leche.
Se comía mucho pan, y todo
se acompañaba con pan. Aparte de que no había muchas más cosas, es que se
consideraba que comer mucho pan era la mejor alimentación.
La gente era muy aficionada
al pescado salado, que compraban a los comerciantes que venían. Y la principal
razón de tal afición, es que hacía comer mucho pan. Dentro de los pocos huevos
que se comían, casi no se comían tortillas, ya que con la tortilla no se comía
mucho pan, y preferían comer el huevo de otra forma.
El pan se hacía en las
casas, y se hacía para siete u ocho días, y después se llevaba a cocer al horno
del pueblo. Cuando el horno cerró, sobre 1937, en cada casa se hicieron un
hornito, si es que ya no lo tenían, y cada casa se cocía su pan. Se
ponía la masa para varios panes en el librillo (llibrell), y, al cabo de una
hora o así, cuando “hace sonido de calabaza al tocarlo”, se sacaba del librillo
y se hacían los panes. Del librillo se sacaba un trozo y se ponía en un
“perol”, y, al cabo de tres o cuatro días, este pedazo se volvía agrio, y, esto
era lo que se aprovechaba como levadura para el siguiente amasado. Cuando se
añadía la levadura, se diluía en agua antes de mezclarla con la harina. A veces
se añadía un poco de aceite a la hora de amasar y así quedaban mejor los panes.
El pan una vez cocido, se guardaba en tinajas. Los panes eran grandes, más
morenos que los actuales, redondeados, pero un poco alargados. Más tarde se
hicieron barras con la raya en medio.
Se hacía mucha salmuera
(“salmorra”). Se hacía con agua, sal y vinagre, y dentro se ponían no sólo
olivas, sino también tomates, zanahorias, pencas, pimientos, nueces verdes y
raimet de pastor. Las olivas se solían partir con una piedra, luego se ponían
en agua, y luego se les ponía “pebrella” (ajedrea) u otras plantas aromáticas.
A los pimientos y tomates se les hacía un corte con un cuchillo. Las pencas,
las nueces y el raimet de pastor se hervían primero. También se hacían
“pebreretes”, que era como una salmuera de pisto de tomate y pimiento con atún
o “sangatxo”. Se hacían botes de conservas también, sobre todo de tomate. Como
muestra de lo bien que hacían el aderezo de las olivas aquí, valgan las
palabras del escritor Bernat Capó, conocedor de todas estas tierras, que afirma
“la salmuera de Famorca es la mejor de todas cuantas he probado”.
Para hacer tomates secos y
pimientos secos, se partían por la mitad para que se secaran, aunque, a veces
no los partían, y luego se les pasaba una cuerda formando una ristra
(“rastre”), y se ponían al sol aireándose. Después, se colgaban de las vigas
del techo.
PLATOS
Francisco G. Seijo, en su
libro “La cocina alicantina”, hablando de Famorca cita como típicos los platos
de “arrós amb creilles i bacallà y la moca”.
PLATOS
Independientemente de que
las recetas son muy variadas, voy a citar algunos platos típicos de aquí:
-Arrós amb creilles i
bacallà. Para seis personas había que usar medio kilo de patatas, 125
gramos de bacalao, aceite, azafrán y sal. Se ponía una sartén al fuego con
aceite, y se freían las patatas cortadas en pequeños trozos. Seguidamente en
una paella se freía el arroz, y cuando estaba sofrito, se le añadía agua, y
cuando hervía, se le añadían las patatas fritas y el bacalao cortado en trozos,
la sal y el azafrán; y se dejaba hervir todo hasta que se quedara sin caldo.
-Borra o borreta. Es
un plato de invierno. Se cocían, lentamente, melva o bacalao, patatas,
espinacas, aceite, pimientos secos, tomates secos, ajos, sal, y, a veces,
pimentón, y cuando estaban cocidos se les añadía un huevo por comensal y se
seguía cociendo. Se podía hacer como hervido o como sofrito. Sólo llevaba
espinacas si se hacía como hervido.
-Pericana. También
era un plato de invierno. La pericana servía de almuerzo, comida, merienda o
cena. Podía prepararse escaldada, hervida o cruda. Se tostaban pimientos secos,
tomate, bacalao, melva (a veces, capellá) y una cabeza de ajos. A veces, se le
añadía un poco de cebolla. Esto se vertía luego en agua hirviendo con un poco
de aceite. Algunas veces se ponían judías verdes ya hechas, y muchas veces se
le añadía un huevo duro.
-Olleta. Se hacía
cociendo judías, oreja de cerdo, costilla de cerdo, pencas, nabo, chirivía, y
luego se le añadía el arroz.
-Trigo, “olla de
blat” o “blat picat”, era un guisado que se hacía con trigo picado, patas y
oreja de cerdo, y costilla de cerdo, hueso de jamón, cebolla, pencas y
garbanzos.
-Pilotes de dacsa. Se
elaboraban con harina de maíz, un poco de pimentón, huevos, pan duro remojado,
sangre, y tocino blanco. Se freían en la sartén con aceite, y se freía un
trocito de sobrasada, y luego se sofreía la harina. Luego con caldo del cocido
(cociendo patas de cerdo, oreja, pencas y garbanzos) se regaba la harina y se
ponía sal y se amasaba y se hacían las pelotas. Después se cubrían con una hoja
de col muy verde. Luego se cocían en una cazuela normal durante veinte minutos,
y después se cocían en otra cazuela con el caldo del cocido. Otros conocen a
estas pelotas por “fasseures de panís” o “fassedures de panís”.
-Puchero o cocido, se
hacía con garbanzos, patatas, pencas, nabo, chirivía, apio, zanahoria, gallina,
hueso de jamón, y “pilotas de dacsa” envueltas en hojas de col, y al final,
fideos. En Famorca, además, se le añadían judías verdes y cordero. Cuando
había cocido, si habían sobrado patatas, se ponían en la parrilla a rodajas. Si
había sobrado carne, la aprovechaban y la freían junto con los garbanzos y las
pencas. Con frecuencia se tomaba el puchero con “pilotes”. El día de Navidad
siempre se tomaba cocido con pelotas. Era frecuente hacer el mismo puchero,
pero sólo con costillas de cerdo como carne.
-Bajoques fassides
(pimientos rellenos). Eran pimientos rellenos de arroz y de magro sofrito con
ajos y tomate, y luego se asaban en el horno. El arroz también se sofreía. Esto
era plato de verano, ya que sólo en verano había pimientos.
-Arrós amb fesols.
También se hacía con nabos (naps), y con nabos y pencas (fesols, naps i
penques). Era un plato muy usado, se hacía con arroz, judías y pencas, y, muy
pocas veces, con algo de carne de cerdo.
-Arrós amb guixes.
Las “guixes” (guijas) son como unos guisantes, pero más planos. Se hacía con
conejo. Muchas veces se hacía “arrós amb guises i cigrons tendres” (garbanzos
tiernos).
-Arrós amb bajocas.
Guiso de arroz con bajocas (judías largas encarnadas) y con conejo.
-Miques (migas).
Aprovechando el pan seco.
-Paella. Se sofreía
conejo, pollo, judías, pimiento, ajo y tomate. También se le podían añadir
habas, garbanzos, alcachofas y setas o esclatasangs. Siempre se sofreía primero
el arroz y luego se le añadía el agua hirviendo. Muchas veces la paella se
hacía sin carne.
-Faves sacsades. Se
sofreía la cebolla, luego las habas y las longanizas blancas en trozos. Después
se le añadía un poco de agua, y luego se le añadía algún huevo.
-Farinetas. Se hacían
sofriendo tomate o bacalao (a veces en vez de bacalao se ponía pasta bona), y
después se hervía. Luego, por cada persona, se ponía una cucharada de harina en
agua fría, y se deshacía en una taza. Luego, al sofrito se le añadía esta
harina deshecha, y se dejaba hervir a fuego lento durante diez minutos.
-Sang amb ceba
(sangre con cebolla). Se sofreía la cebolla y el tomate, y luego se le añadía
la sangre de cerdo. Luego se servía con ajitos y perejil picados.
-Mandonguilles de carn (albóndigas
de carne). Eran albóndigas de carne picada, normalmente de cerdo, con piñones y
canela, y luego se pasaban por harina y se freían.
-Mandonguilles de bacallà
i creilla (albóndigas de bacalao y patata). Se hacían especialmente para
Viernes Santo. Se hacían con bacalao, patatas, rodajas de pan mojado con leche
y huevo batido.
-Coca amb pebrera i
tomaca. (Pimiento y tomate). También se le podían poner sardinas de cubo.
-Coquetes fregides.
Era comida de invierno. Eran como las cocas, pero se hacían fritas, y eran
redondas con un agujero en medio y planas. Se elaboraban con agua y harina y se
freían en aceite muy caliente. La pasta quedaba muy dura.
-Pasta bona. Era la
masa hecha con agua, harina, levadura y aceite, y era la base para hacer luego
las coquetes de verdura. También se podía hacer sin levadura.
-Coquetes de verdura
o cocotets. Eran parecidas a las empanadillas. La pasta se hacía con agua y
harina y se freía en aceite. El relleno (farçit) se hacía con espinacas o
“bledas” fritas con ajos, pero también se hacía con hierbas silvestres.
Modernamente se empezó a meter atún y otros rellenos dentro de las coquetes.
-Mintxos. La pasta se
hacía hirviendo agua y aceite, y añadiéndole poco a poco la harina (de trigo o
de maíz), y quedaba como una torta plana, (una vez sacados, algunos ponían un
poco de harina por encima). Hace mucho tiempo se comían solos, como si fuera
pan, con un poco de allioli. Después, la costumbre fue ponerles encima verdura,
o atún en aceite, o anchoas, y luego se cerraba y se comía. Había que comerlos
recién hechos. También se hacían con las tapaderas de las ollas, para darles la
forma. También se hacían en el horno, alguna vez.
-Espencat. Es un
asado de berenjenas, pimiento colorado, cebolla y tomate, que se sirve en frío,
con mucho aceite crudo. A veces, al final, se le añadían migas de bacalao y
ajitos secos.
-Esgarrat. Se hacía
con tiras de bacalao, tomate, ajos, sal y aceite de oliva. También se hacía
esgarrat de melva o de caballa. Se preparaba en frío.
-Bull. Era tripa de
atún, en saladura. Se ponía a remojo y se troceaba, y se le añadía una salsa de
tomate con cebolla. Luego se le añadía agua y se cocinaba. A veces se le
añadían patatas. El bull también se come asado sólo, a la brasa, masticándolo.
-Capellans. Se hacían
asados, y se ponían con mucho aceite.
-Amanidas
(ensaladas). Se hacían con mucho aceite, y eran de tomate sólo o de “ginsons”,
una especie de hierbas silvestres.
-Berenjenas al horno.
Se abrían por la mitad y se les ponía ajo y perejil.
-Caragols
(caracoles). Se tenían sin comer un par de días, para que purgasen, y luego se
limpiaban bien, después se ponían en una caldera con agua fresca, poniendo sal
en los bordes, y al poner la caldera al fuego y hervir el agua, se morían, con
la molla fuera. Después se preparaba el “mullador” (mojador), que era lo que
acompañaba a los caracoles. Se hacía con cebolla, tomate, ajos y pimiento rojo.
Luego se cocían juntos los caracoles y el mullador, poniéndoles hinojo u otras
hierbas.
-Tostons. Eran granos
de maíz fritos.
-Sémola de blat.
-Arrós amb penques.
-Arrós amb costra.
-Arrós amb conill.
-Arroz con caracoles.
-Sopa d´all (de ajo).
-Conejo.
DULCES
Cuando se acercaban las
fiestas, los santos de los de la casa, Pascua o Navidad, en las casas hacían
pastas. Lo que más se hacía era magdalenas, mantecados y cocas bobas.
-Moca. (Antes se
hacía de otra manera, pero la receta moderna es la que cito). Un trozo grande
de mantequilla, 250 gr. de azúcar, dos huevos, dos cucharadas de café, un
cuarto de kilo de galletas maría y chocolate rallado. Se pone la mantequilla
dentro de un plato deshaciéndola con un tenedor. Las claras de huevo se hacen a
punto de nieve y se añaden a la mantequilla, y se bate todo junto. Luego se le
añaden las dos cucharadas de café. Mientras, se mojan las galletas en café y se
colocan en una fuente alargada, y sobre ellas se vierte la pasta hecha, luego
se van poniendo capas y capas, añadiéndole la pasta cada vez, y, al final, se
cubre todo con chocolate rallado.
-Coca boba. Se hacía
mucho para fiestas y para Pascua. Se hacía con harina, agua, azúcar y aceite.
Cuando la coca boba se hacía dura, los chiquillos iban a mojarla a la fuente
para que se pusiera blanda, y luego se la comían.
-Almojávenes, se
hacían con harina, huevos y azúcar.
-Ronyoses (almendras
garrapiñadas), se hacían poniendo a cocer las almendras y el azúcar en una
caldereta mientras se iba removiendo.
-Carquinyols. Se
hacían con harina, azúcar y almendras enteras.
-Pastissets de moniato
con almendra, (pastissets de glòria).
-Pastissets de carabassa.
-Almendrats i rosegons,
que eran pasteles de almendra.
-Rotllets d´anís i
d´aiguardent.
-Buñols (buñuelos).
Se hacían para San José, se hacían con una buñolera y una sartén. Se amasaba la
harina con levadura, se hervía la calabaza y se deshacía, y luego se añadía la
calabaza a la masa y quedaba como un puré. Luego se freían, y se volteaban con
una caña.
-Monas de Pascua.
Para Pascua. Había de dos tipos, alargadas y redondas. Arriba tenían un huevo
duro, cruzado con pasta. La pasta se hacía con huevo, harina, azúcar, aceite y
agua.
-Arrop i tallaetes.
Se hervían los paneles de donde se había extraído la miel y salía un agua negra
y dulce. Luego en este caldo se hervían rodajas de calabaza (“tallaetes”). Si
había nieve, se comía este arrop i tallaetes con un poco de nieve.
-También se hacía un refresco
con nieve, miel y canela.
-Además, se hacían coques,
brazos de gitano, orelletes y otros.
-Los postres para el día de
Navidad eran nueces, almendras, higos secos, pastissets de boniato y rollitos
de anís.
-Moragas. Eran
garbanzos tiernos tostados. Se hacían cuando se cogían los garbanzos, y se
hacían en la calle, o en los bancales, tanto los niños como los mayores. Se
ponían en una hoguera los garbanzos tiernos, con funda, y luego se sacaban del
fuego y se esparcían con una vara por el suelo y se comían.
-Mazorcas de maíz
asadas.
-Xofes, eran las
palomitas de maíz.
-Mermelada. La que
más se hacía era la de tomate, preparada con azúcar y tomates maduros. También
se hacían de pera, melocotón, etc. Se ponían al fuego de una olla grande, con
agua, y dentro, los botes bien tapados, horizontales y bien cubiertos de agua.
-Como sucedáneo del café se
empleaban los garrofines (granos de algarroba) tostados y, más tarde,
cebada tostada.
ESPARTO
Muchos utensilios del campo
y de la casa se fabricaban con esparto. En Famorca lo cogían en el monte, para
el mes de agosto, y luego se dejaba secar al sol unos veinte días, y luego se
ponía a remojo otra vez durante unos cuarenta días, y luego se secaba a la
sombra, y entonces ya se picaba con el mortero, para ablandarlo. Para picar el esparto se solían
aprovechar los días de lluvia, en que no se podía salir al campo, y se
utilizaba una maza muy grande, toda ella de madera. Una vez picado, se extendía
en el suelo y se iba trenzando, retorciéndolo entre las palmas de la mano, haciendo unos hilos que luego se trenzaban entre
sí, formando un cordelillo fino. Esta cuerda se iba liando en una silla. Con
estas cuerdas se fabricaban las cuerdas que se usaban en el campo, los serones
y otros útiles, y también se hacían las “espardenyas”. Las espardenyas se
comenzaban a hacer por la suela, apretando la cuerda fuertemente y luego se iba
trenzando la parte de arriba. Otras veces se hacía sólo la suela, y en la parte
de arriba se cosía una tela fuerte, éstas últimas son las que llevaban las
mujeres.
Muchas veces se usaba cáñamo
en vez de esparto, ya que era más fácil prepararlo, pero lo trabajaban de la
misma manera. El cáñamo se compraba a vendedores ambulantes que venían por el
pueblo, que lo traían de Callosa de Segura.
JUEGOS DE NIÑOS
Los niños siempre han jugado en la calle, y solían acompañar los juegos con canciones. Se jugaba a muchos juegos. Citaré algunos.
-El corro (“rotgle”).
Mientras se giraba, se cantaba:
“Roda la mola roda el molí
una coca fina i un barral de
vi”
O bien:
“Roda la mola de la
xirimbola
tronxo madur que caiga de
cul”
Otra forma de jugar al
rotgle era dar vueltas, y una niña se quedaba en el centro, y mientras
cantaban, se nombraba a una, y ésta se volvía de espaldas, y la del centro le
daba un pañuelo. Luego todas empezaban a correr y la del pañuelo les tenía que
pegar con el pañuelo. Después esa misma niña se ponía en el centro, y se volvía
a jugar.
Otra forma era cantar:
“Roda roda San Miquel
tots els angels van al cel
carregats en un baúl
qu´es gire (fulanita) de cul”
Y entonces, la que era
nombrada se giraba de espaldas, y se seguía así hasta que todas se quedaban de
espaldas.
Salvá citaba otra canción de corro:
“Roda la mola
roda el molí
una coca fina
i un barral de vi,
roda la mola
Peret s´en va a escola
culo maüro
que caiga de culo”
Y se tiraban hacia atrás y caían de culo.
Otra canción de corro:
“A la xúmbala
cataca xúmbala
a la xúmbala del polisó
a la xúmbala
les xiques guapes
i les lletjes al racó”
Se cantaba girando cada vez
más deprisa.
-El escondite. Se jugaba
mucho y recibía varios nombres. Le cantaban al que tenía que ir a coger a los
demás:
“Conillons a amagar
que la llebre va a caçar
de nit i de día
fent-li foc a l´abadía
tin ton, pega foc al torn”
y le daban un golpe y se
iban, y al que le tocaba tenía que correr detrás de ellos y coger a alguno.
Otra versión era decir lo
mismo suprimiendo lo de “fent-li foc al torn”. A veces se cantaban otras
canciones, pero todas eran con la letra parecida.
Otro juego de escondite era
el “amagatall”.
-El juego de “pissi pissi
ganya” era un juego de niñas. Se sentaban en el suelo, haciendo un corro, con
las piernas estiradas y abiertas, y cada una juntaba un pie con el pie de la de
al lado. También se hacía cruzando cada una las piernas, y juntando las plantas
con las plantas de las de los lados. Comenzaban a cantar y una empezaba por la
derecha a tocar pies y cuando llegaba a “amagues eixe peu”, esa niña quitaba el
pie y así hasta que quedaba una sola niña.
La canción decía:
“Pissi pissi ganya
oli de la ganya
xica mondonguera
agranam´esta casa
no te la puc agranar
que tinc les mans cordaes
(nugaes)
qui te les ha encordat
(anugat)
el rei y la reina.
Tinc un gat
que fa flautes
ni son llargues
ni son curtes,
gallineta de repeu,
Para el mismo juego se
cantaba también:
“Pomereta si fas pomes
m´en darás un cabàs,
per al día Sant Tomás
pim pam fora”
-El “moñigo”, donde había
que adivinar los dedos que se habían sacado:
“Trico trico tras
cuántos dedos hay detrás
punxonet, tisoreta,
ull de bou i teuladeta.
¿Qué es?”
-Otro juego, en que se
ponían en un círculo y golpeaban en el suelo con una piedra y decían:
“Les claus del cel, Sant
Pere i sant Joan”
-Botar. Era saltar a la
cuerda, dos niñas daban a la cuerda, y las demás iban pasando una detrás de
otra, saltando. Primero daban un bote todas, luego dos, luego tres, y así.
-Gallina ciega. Uno se ponía
un pañuelo tapándole los ojos y tenía que agarrar a los otros.
-“Lladres”. También policías
y ladrones. Los que jugaban se distribuían en dos bandos, y unos se escondían
por los bancales y las calles, y los otros tenían que cogerles.
-“Saltacabretes”. Llamado
también “bota i para” o “cavall bernat”, que consistía en que los
niños doblaban el cuerpo por la cintura poniendo las manos en las rodillas y
los demás saltaban por encima de ellos.
-“Fava, munta i calla”, era
como el “churro va”, los de un bando se ponían con el cuerpo doblado y
enganchados, con la cabeza entre las piernas del anterior, y los del otro bando
saltaban encima intentando derribarles a los de abajo. Los que saltaban
gritaban: “Fava, munta i calla, quan la burra parava jo li muntava”.
-Les “esgolades”. Era
lanzarse por los terraplenes como si fueran toboganes, se jugaba mucho cuando
había nevado.
-Otro juego muy común era bajar
corriendo y saltando de bancal en bancal.
-Los cartones. Se jugaba con
las tapas de las cajas de cerillas. Se lanzaba un cartón al suelo y había que
conseguir poner uno de los cartones encima del que se había tirado.
-“Muntonets”. Se colocaban
en el suelo montones de cuatro almendras, tres de ellas juntas y una sobre
ellas. Después se lanzaba una almendra grande contra los montones, y si caía
algún montón, el que había lanzado la almendra grande se quedaba con todas las almendras que había en el círculo.
Para ver el turno, se hacía
una raya en el suelo a lo lejos y se tiraban las almendras intentando acercarse
a la raya y el que más se acercaba por delante o por detrás de la raya, era el
primero que tiraba.
-“Xamelles”. Eran unas
antorchas que hacían los niños con ramitas de espliego, y las agitaban en la
oscuridad de la noche y las hacían girar dibujando circunferencias luminosas, a
la vez que se iban soltando chispas. El olor del humo era muy agradable. Las
xamelles se hacían en noviembre o diciembre, y mientras se quemaban se solían
cantar algunos villancicos o coplas.
-“Melons”. Se cogían melones
y, a veces, calabazas, y se les hacían agujeros artísticos, o caras, y se ponía
una vela dentro, y los llevaban como si fueran faroles.
-“Moretes”. A este juego
jugaban sobre todo las niñas, cogían con una mano unos trocitos de platos rotos
y recitaban: “moreta a la una, moreta a las dos, moreta a las tres”
y lanzaban al aire los trocitos, intentando recogerlos sobre el dorso de la
misma mano. Con esa misma mano había que recoger los trozos que se habían caido
sin que se cayeran los que habían quedado sobre el dorso de la mano, y esos trozos
se tenían que poner en la palma de la otra mano.
-“Casetes”. Jugar a casetes
era hacer figuritas con barro. Se modelaban vasos y cazuelitas y se secaban al
sol.
-“Bartinou”. Al juego de
“bartinou qui em paga l´ou” o “bardinous”se jugaba también con barro, y se
hacía como una torta de barro y se ponía en la palma de la mano y se lanzaba
con fuerza hacia el suelo gritando: “Bardinou, si fas figa pagues l´ou” o bien
“Bartinou qui em paga l´ou”.
-Otros juegos a los que se
jugaba eran:
-enfarinats;
-coger a niños con la
“xaviga” de la paja;
-las cartas;
-la lotería;
-la aduana;
-el tiquitac;
-els cartons;
-la rulla;
-l´escampilla;
-l´all;
-la
fava;
-amaga esquena;
-la corretja;
-tocar portes;
-saltar corda;
-tirar corda;
-treseta en ratlla;
-el dau;
-les telles;
-fer basssetes;
-terrenys;
-burro calent porta carrega
i no la sent;
-endevina qui t´ha pegat
cara de gat;
-les boles;
-la malla;
-marro;
-les trompes, etc.
JUEGO DE LA PELOTA
Se jugaba en la calle
del Forn. Sólo se jugaba los sábados, los días de fiesta y los domingos. Se colocaban unos
delante de casa del tío Hermenegildo y los del otro equipo en la parte más alta
de la calle. Delante de casa del tío Hermenegildo había un cuadro de cemento en
el suelo (“botador”), donde debía botar la pelota, y también había un hierro
delante de la reja de una de las ventanas y la pelota tenía que pasar por
encima de aquel hierro.
A veces, un poco más abajo
del ayuntamiento, se ponía una cuerda a un metro de altura.
Era frecuente jugar a la
modalidad de la “galotxa”.
Normalmente se jugaba a la
modalidad de “a llargues”, pero también se jugaba a la modalidad del “raspall”,
en la que la pelota podía dar varios botes en el suelo.
La pelota era maciza, de
piel de vaqueta. Algunos jugaban con unos guantes de piel especiales que
dejaban los dedos fuera.
Siempre que había partida de
pelota había mucho público viendo cómo se jugaba, y se hacían bastantes
apuestas.
TRINQUET
Estaba detrás del lavadero,
pegado a él. Estaba descubierto, llegaba hasta la cuesta que sube hacia la
calle del Sol y desde esa cuesta se miraban las partidas. Tenía dos entradas,
una al principio de la cuesta, bajando unas escaleritas y otra entre el
lavadero y la almàssera. Acudía mucha gente a ver cómo se jugaba. Allí se
jugaba también a la pelota, con la modalidad del “raspall”. Normalmente, el
ayuntamiento alquilaba el trinquet para que se celebrasen las partidas.
FÚTBOL
En el siglo XX ha sido tan
popular como en otros sitios y, en cuanto se juntaban unos cuantos chicos,
espontáneamente se ponían a jugar al fútbol. Sobre los años noventa se organizó
un equipo de fútbol, con el nombre del pueblo, y ha llegado a jugar en la liga
comarcal de Alcoy y, en los últimos años, en la de Denia. Además, ha
participado con bastantes buenos resultados en los campeonatos de fútbol que se
celebran en los pueblos de los alrededores. En Famorca, en los años noventa y
principios de este siglo, a principios de verano, se organizaba un campeonato
de fútbol de 24 horas de duración al que venían equipos de los pueblos de
alrededor.
JUEGOS DE CARTAS
Siempre se ha jugado
muchísimo a las cartas. El juego más jugado era la brisca “descartá” o
descubierta, aunque también se jugaba a la brisca tapada, al tute arrastrado,
al guiñote, al tresillo y al subastado. Anteriormente otros juegos populares
eran la manilla, el mediator, el golfo y el monte (los dos últimos
estaban prohibidos).
La manilla era un juego que
se jugaba por parejas y con 32 cartas. El mediator era como el tresillo, eran
tres jugadores, con 9 cartas cada uno, y se elegía el palo del triunfo.
Las mujeres también jugaban
a las cartas, aunque jugaban en casa. El juego más jugado por las mujeres era
el burro, pero también se jugaba al “amor cuatro cartas de un color”, al siete
y medio y al cinquillo.
En el siglo XIX había un
juego muy popular, el “pipante”. Era un juego donde las figuras eran diferentes
entre sí. Una de las figuras era un hombre que fumaba en pipa, y de ahí el
nombre de “pipante”. A los que jugaban mucho a las cartas se les
llamaba “pipanteros”.
Había mucha afición al juego
del monte, se jugaban cantidades importantes de dinero, y campos, y hasta casas
o habitaciones sueltas de las casas. Hubo peleas y grandes discusiones, y
crímenes, incluso, por culpa del juego. En 1910 un vecino de Famorca mató a uno
de otro pueblo por el juego. En 1923, con la llegada de la Dictadura, se
prohibió terminantemente el juego.
Las reglas del juego del
“monte” eran: el banquero barajaba las cartas, y sacaba dos cartas de debajo del
montón y dos de encima, y colocaba las cuatro cartas en la mesa, boca arriba.
Los demás jugadores colocaban sus apuestas sobre estas cartas. A continuación,
el banquero iba levantando una a una las cartas restantes hasta que aparecía
una de igual valor a alguna de las cartas expuestas. El que había apostado por
la carta coincidente, ganaba la apuesta, y el resto perdía.
Para que veamos la gran
afición al juego que había, cito que en agosto de 1905, en el juzgado de paz,
se abrió un sumario sobre juegos prohibidos en una casa de la calle del Forn,
propiedad de Tomás Vidal. La guardia civil descubrió nada menos que a 17
personas, a la una de la mañana, jugando al monte. De los 17, 7 eran de
Famorca, 4 de Fageca, 2 de Confrides, 1 de Teulada, 1 de Llíber, 1 de
Benimassot y 1 de Quatretondeta. En su defensa alegaron que estaban de paso o
que estaban jugando a la brisca.
OTROS JUEGOS
-Se jugaba al dominó,
generalmente por parejas, y a esto se le llamaba “xamel.lo”.
También se jugaba a
“les xapes”, o las chapas. Se tiraban al aire dos monedas de diez céntimos y
había que apostar para que salieran las dos caras o las dos cruces. Sobre 1870
había unas monedas grandes a las que se les llamaba “xapes”.
-Para jugar a la “ratlleta”,
se marcaba una raya en el suelo, a unos cinco o seis metros de la pared. Desde
esa raya había que lanzar una “xapa” hacia la pared intentando acercarse lo más
posible al muro, y el que más se acercaba se llevaba el resto de las monedas. A
este juego se jugaba con otras variantes, como la de que el ganador se llevaba
las monedas en que habían salido cara, y el segundo las que habían salido cruz.
Otra modalidad era hacer que rebotaran obligatoriamente en la pared.
-El “canut” era muy popular.
Se ponía un canuto de caña en el suelo, de unos 10 ó 12 cm. de alto, y encima
se ponían las monedas. Se tiraba con una moneda desde lejos, y el que tirara el
canuto se quedaba con todas las monedas.
-Una variedad de este juego
era el “calig”. Al calig se jugaba sin apostarse dinero. Se colocaba encima del
canuto un trozo de teja, y se tiraba con trozos de tejas (“telles”). Más tarde
se tiraba con “xapes”, que eran grandes monedas que ya estaban fuera de uso.
Otra variedad era el juego en que se hacía un círculo en el suelo, y en el
centro se ponía el canuto, y encima todas las monedas. Había que tirar hacia el
canuto con una “tella”, y había que darle al canuto y conseguir que las monedas
cayeran fuera del círculo. El que lo conseguía, se llevaba las monedas que
había conseguido sacar del círculo.
-Otros juegos a los que se
jugaba eran el “anca”, el “bolillo” y “la carteta”, y también se jugaba a la
lotería, con bombo y tarjetas.
-Había un juego de puntería
que era “tirar a la gallina o al conill”. Se solía jugar a él en Pascua. Entre
un grupo de hombres compraban una gallina o un conejo, y cobraban a los demás
por tirar. Ponían al animal en lo alto de un palo clavado en el suelo, colgado
de las patas, y había que dispararle con una escopeta de cartuchos. El palo lo
colocaban en la parte donde bebían los machos en la Font de Dalt, y le
disparaban desde la calle del Sol. El que le daba al animal, aunque no lo
matara, se quedaba con él. Esto también se hacía lanzándole piedras al animal,
y en este caso se hacía en el río. (La gallina o el conejo, lo compraban entre
varios hombres y cobraban a los demás por cada tiro o por cada piedra que
lanzaban)
-La "plantaeta"
LA CAZA
Hasta mediados del siglo XX
había muchísima caza en el monte. Cuando se salía con la escopeta era normal
traerse dos o tres conejos y seis o siete perdices. Salía muchísima gente a
cazar, especialmente por Serrella, y luego se hacían una paella en el campo, y
pasaban el día. Históricamente siempre ha habido mucha caza por esta zona.
Madoz en 1843, en la
producción de Famorca y Fageca hacía constar la caza de perdices, y en
Quatretondeta, tordos y perdices. Además había conejos,
zorras, palomas torcaces, gatos monteses y algún lobo. Había nidos
de águilas en Alfaro, en el barranco de Malafí. Los jabalíes desaparecieron
hace muchísimos años y fueron reintroducidos hace unos cuarenta años.
Un diccionario geográfico de
1959 hablando del término municipal de Famorca decía que había “zorros y caza
menor”. Antes, cuando alguien mataba algún animal salvaje, pasaba de casa en
casa mostrando la pieza, y la gente le daba huevos, o torta, o dinero, como una
gratificación. Las autoridades recompensaban el cazar animales dañinos. Como
ejemplo citaré que en 1827, el ayuntamiento pagó 60 reales por haber cazado
tres zorras en el término, y que, en 1906, en el presupuesto municipal se
dedicaban “25 pesetas para los matadores de animales dañinos”.
Los últimos lobos que había
en la provincia de Alicante, estaban en la sierra de Serrella, donde en los
años cincuenta fue abatido el último. Cuentas que en el siglo XIX, había varios
lobos en el monte de Alfaro, y atacaron varias veces a los ganados. Los lobos
se escondían en las inmediaciones de los corrales de les Rotes. A los perros
pastores les ponían collares con gruesas púas, para que, en un posible
enfrentamiento con los lobos, no pudieran ser degollados.
A principios del siglo XX
debía de haber algunos ejemplares de gato montés, ya que en 1912, en una
infracción a la ley de caza se alega como defensa “que se había salido con
escopeta y hurón para dar muerte a un gato montés en la partida dels Forans.”
A principios del siglo XX
hubo varios juicios en el Juzgado de Paz por infracción a la ley de caza y por
cazar con hurón y una red. En los años veinte se subastaba la caza. En 1927 se
subastó el aprovechamiento y arriendo de la caza del monte de este término por
cuatro años por 47 pesetas.
En los años cincuenta, en
las faldas de Serrella, el tío Cayetano capturaba zorras, ginetas y otros
mamíferos apreciados por su piel, utilizando lazos y trampas.
Hasta hace pocos años era
costumbre ir a los nidos de águilas de Alfaro,en la Penya Blanca, en el barranco de Malafí, para
quitarles los conejos que habían cazado. Se utilizaban unos palos largos para
tirar los conejos desde el nido para que cayeran hasta el suelo, y luego se
recogían. Hoy apenas se ven águilas. En Fageca, subiendo al Pla de la Casa, en
el farallón que hay a la derecha, se descubrió un nido de águilas perdiceras en
el año 1999.
Los jabalíes estaban
extinguidos pero reaparecieron con fuerza en los años ochenta. En los años
noventa se escaparon varios arruís (cabras del norte de África) de diversos
cotos de caza de Tibi, y ya han llegado a Serrella, reproduciéndose a gran
velocidad.
Los conejos se cogían con
lazo o con cepo. El lazo era el método más usado, se cogía un camino transitado
por los conejos, y allí se ponía una cuerda con un nudo corredizo. Lo del cepo
era similar, pero se aprovechaba el que los conejos hacen sus necesidades
fisiológicas casi en los mismos sitios. Donde se veían excrementos, se hacía un
pequeño agujero y se ponía el cepo. Se ponía un plato, y encima se tapaba con
tierra y se ponían los excrementos del conejo, y cuando él volvía, al colocarse
sobre el plato, hacía bajar un pestillo y se cerraban de golpe dos semicírculos
con dientes que le agarraban la pata. Los cepos tenían una cadena y un clavo
para que el conejo no se lo llevara una vez que había caído en la trampa.
Los pájaros se cazaban con
diversos procedimientos: l´envisc, el rastre, la red, l´encesa, la ratera, la
joca, etc.
-El envisc consistía en
emplear esparto untado con un ungüento pegajoso (“envisc”), y se colocaba donde
había agua corriente. El envisc se preparaba calentando la planta de la
“lletrera”, de la que salía un líquido lechoso que al calentarse se volvía como
un engrudo pegajoso. El esparto que se usaba era en crudo, sin picar con maza.
Se tapaba parte del agua con ramas, para que los pájaros no pudieran beber y se
vieran forzados a ir a la zona de trampas, que era donde se había colocado el
esparto y el envisc, y allí se quedaban los pájaros.
-El rastre consistía en
seguir las huellas del animal cuando había nevado.
-La red o el “enfilat” se
hacía poniendo una red sujeta con cañas o en ramas de los árboles, en alguna
zona donde iban a comer o beber los pájaros, y donde se les había puesto algo
de comida, y cuando había muchos, se dejaba caer la red, y los pájaros quedaban
atrapados.
-La "encesa"
consistía en ir con una luz por la noche, con un candil principalmente, e ir
cogiendo los pájaros que estaban dormidos en los tejados o en los árboles. Se
iba a cazar con este método a los corrales y también al cementerio. Cuentan
que, a mediados del siglo XX, cazando en el cementerio, como había llovido,
cedió el terreno y uno de los cazadores cayó dentro de la tumba de un enterrado
recientemente.
-Los cepos, “cepet” o
“ratera” eran bastante usados. Se ponía como cebo una oliva madura o un gusano.
Para tener gusanos se utilizaba un procedimiento curioso, que era meter unos
escarabajos en tinajas donde se había puesto harina, paja y azúcar. Al cabo de
un tiempo salían las larvas de los escarabajos, y esos eran los gusanos que se
ponían en los cepos.
-La “joca” consistía en
buscar dónde iban a comer los pájaros, ponerles comida y hacer al lado una
caseta con ramas o una barraca de piedra con aberturas para disparar y sin
techo, y cuando los pájaros estaban comiendo se disparaba contra ellos con la
escopeta.
-La “llosa” consistía en
poner horizontalmente una losa de piedra, sujeta por un palo vertical al que se
le ataba un hilo. Debajo de la losa se ponía comida para perdices y cuando ésta
iba a comer, se tiraba del hilo y la losa caía sobre la perdiz.
Hasta no hace muchos años,
cuando había muchos grajos en los campos, se tiraba un cohete para ahuyentarlos
y que no dañaran las cosechas.
A principios del siglo XX
hubo varios juicios en el Juzgado de Paz por infracción a la ley de caza y por
cazar con hurón y una red.
En 1927 se subastó el
aprovechamiento y arriendo de la caza del monte de este término por cuatro
años. Se le concedió por 47 pesetas a Vicente Masanet Mas.
En los
años noventa se escaparon varios arruís (cabras del norte de África) de
diversos cotos de caza de Tibi, y ya han llegado a Serrella, reproduciéndose a
gran velocidad.
SAN HUBERTO
Desde hace pocos años, a
mediados de noviembre se hace una romería hasta la Caseta de los Cazadores del
Pla de la Cova, donde los cazadores llevan una imagen pequeñita de San Huberto.
Coincide con un fin de semana, y se hace una misa al aire libre, y se hace una
gran fiesta allí, con banda de música incluida, y se junta mucha gente.
La sociedad de Cazadores la
forman una treintena de famorquinos, aunque son pocos los que realmente salen a
cazar. La Sociedad de Cazadores se llama “SEYFA” (Serrella y Faro). Sobre el año
1990 hicieron una caseta en el Pla de la Cova. Controlan que no haya exceso de
caza y velan porque se respeten las vedas. Todo el término municipal está
acotado. Suelen hacer tiros al plato y tiro a la codorniz con máquina
lanzadora. Los cazadores hacen también excursiones de caza a la
Mancha.
EMIGRACIÓN
Con las penalidades
económicas que se pasaban en el pueblo, la idea de emigrar siempre ha estado
presente en sus habitantes. Por lo general, les fue mejor emigrando que
permaneciendo en el pueblo, y algunos hicieron mucho dinero.
A principios del siglo XIX
se emigraba a Castilla, pero era para estar dos o tres años y volver. Cuanto
peores eran las cosechas, mayor era la emigración. A partir de 1830 comenzó la
gente a emigrar a Argelia, que ya era posesión francesa. Durante
todo el siglo XIX era corriente emigrar a Castilla temporalmente.
Durante los años 1848 y
1849, no cayó ni una gota de lluvia. Estos años se conocen como “els anys de la
seca”. Martí Gadea escribiendo sobre los pueblos del valle de Seta escribe: “se
secaron muchas fuentes, casi todos los árboles, y los pocos que se atrevieron a
sembrar, no cogieron nada, porque los trigos no llegaron a espigar (….) y por
eso se fue casi toda la gente a los pueblos de Castilla, a trabajar en las carreteras
y ferrocarriles, no quedando en ellos más que el retor, el alcalde, el
secretario, el doctor, el barbero y alguno de los más pudientes, que pasaron
muchas estrecheces en ese tiempo”.
A partir de 1875 la
emigración fue masiva hacia Argelia. En el interrogatorio municipal de 1862 se
decía que la emigración era mayoritariamente a Francia (consideraban
a Argelia parte de Francia). En 1876, desde el ayuntamiento se señalaba que
había emigrado mucha gente a la Argelia Francesa. A partir de 1880, los de los
pueblos de alrededor no iban tanto a Argelia, pero en Famorca siguieron
emigrando allí. En Argelia se les facilitaban tierras y se les daba la
posibilidad de nacionalizarse franceses. La emigración a Argelia también era de
pocos años de duración. Allí los hombres trabajaban en la agricultura,
especialmente en la vid, y las mujeres de empleadas de hogar. Otras veces el
hombre se quedaba en el pueblo y emigraba sólo la mujer y, a veces, iba como
ama de cría, para amamantar a otros niños, mientras dejaba al suyo en el
pueblo, con pocos meses de vida. En 1909 y 1910 la emigración fue en aumento. A
partir de 1912 algunos del valle fueron a Argentina o a Estados Unidos, pero en
Famorca fueron pocos los que cruzaron el océano. También se emigró a la zona norte
de Marruecos. En los años sesenta algunos se fueron a Francia, al tiempo que
otros volvían de Argelia.
La emigración más importante
fue a otros sitios de España o de la provincia. Esta emigración sí que era
definitiva, ya que los que salieron, ya no volverían al pueblo, salvo en
contados casos. Mucha gente se fue a la costa y a Alicante Capital, y a Alcoy y
Cocentaina, y a Muro y a Gandía, a Alquería de Aznar, a Benisa, etc. También a
Valencia, Algeciras o Barcelona.
Además de la emigración,
estaban los desplazamientos temporales para ir con el ganado o de jornalero.
Con el ganado bajaban a Javea, y de jornaleros iban a la vendimia francesa o a
trabajar el arroz en Valencia, o las pasas de Denia o a los campos de Alcoy.
SERVICIO MILITAR
El Servicio Militar empezó a ser obligatorio a finales del siglo XVIII. suponía un corte grande en la vida de los jóvenes, pues antes duraba entre dos y tres años. Normalmente era un gran fastidio, especialmente si tocaba en el sorteo ir a África donde había frecuentes guerras, pero los jóvenes lo aceptaban como algo normal y también consideraban lo positivo de salir del pueblo y ver otras gentes.
Siempre había muchos jóvenes
que estaban haciendo el Servicio Militar. Veamos un ejemplo, en 1843, según
escribe Madoz, de 204 habitantes y 40 vecinos que había en el pueblo, había 12
en la mili: 1 de 18 años, 2 de 19, 3 de 20, 2 de 21, 2 de 22, 1 de 23 y 1 de
24. Eso era un 6% de la población.
En el siglo XIX, una vez
hecho el sorteo del servicio militar, existía la posibilidad de no ir si se
pagaba a otro joven para que fuera como sustituto. Los que eran pobres
aceptaban el trato, y había quien hacía dos o tres milis. En el siglo XX, hasta
la Guerra Civil, cabía la posibilidad de librarse a cambio de dinero, pero
pagándoselo directamente al Estado, sin que hubiera sustituto.
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