miércoles, 31 de octubre de 2018

29. Siglos XVII, XVIII y XIX

29. Siglos XVII, XVIII y XIX

BANDIDAJE

Ya hemos visto las condiciones de explotación a las que se veían condenados los colonos. Macanaz en 1713 ya decía: “Tienen los señores en este Reino sobre muchos de sus vasallos unos pechos y contribuciones tan exorbitantes que les reducen de libres a esclavos o les desesperan de modo que antes que trabajar en los campos se ven premiados a robar en los caminos e inquietar el Reino”.

Para colmo de males, al poco de la repoblación hubo una gran crisis económica general que obligó a muchos de los colonos a ceder sus tierras a otros y a ponerse a trabajar como jornaleros. Además, en 1630 hubo una terrible epidemia de peste que mató a medio millón de personas en toda España, y en esta zona aún fue más terrible la epidemia del año 1648. Además, hubo sequías grandísimas como la de 1661.

La población era muy pobre, y tal vez fuera marginal en sus pueblos anteriores. Fue explotada hasta límites inimaginables, y esto, añadido a las sucesivas crisis económicas generó el bandolerismo y la revolución. 

Al principio, la propia nobleza utilizó delincuentes y bandoleros para sus venganzas personales y para imponer sus leyes, como había hecho en los últimos años de los moriscos. Uno de los más implicados en estas cuadrillas fue el Marqués de Guadalest, al que en 1631, según un dictamen del Consejo de Aragón, se quiso expulsar del Reino, junto con otros señores, por recurrir a estas bandas de maleantes. 

Aparte de estas cuadrillas al servicio de la nobleza, se crearon otras que vivían del pillaje, y que se sumaron a otras bandas de maleantes compuestas por moriscos que habían eludido la expulsión y vivían como bandoleros. Se calcula que en el Marquesado de Guadalest existían cinco bandas. Se les conocía por “bandositats”, y estaban formadas por individuos unidos por relaciones familiares y de paisanaje, y era bastante frecuente que tuvieran disputas entre las diferentes bandas. 

Un pregón del Virrey de Valencia, en el año 1632, se dirige contra diversos bandoleros mallorquines, pobladores de Benigembla, Fageca y otros pueblos. Hacia 1638 se hacen las primeras batidas gubernamentales contra los bandidos que ocupaban todas las montañas comprendidas entre Játiva, Aitana y Mariola. 

Por el valle de Guadalest y alrededores hubo verdaderas batallas entre las diferentes bandas. En 1672, la Marquesa de Guadalest estuvo combatiendo durante 5 meses a las bandositats de Guardiola y Berenguer, que tenían más de mil hombres. Sobre 1680 apareció una nueva cuadrilla, la de Juan Ponsoda, que residía en Benimantell, y que ejerció su influencia por el valle de Guadalest y sus alrededores. 



SEGUNDA GERMANÍA 

Como no podía ser de otra forma, en el año 1693 hubo un levantamiento popular contra los señores para exigir menos impuestos. La insurrección fue promovida por un labrador de Rafol de Almunia, y capitaneada por José Navarro, barbero de Muro. Participaron campesinos especialmente de la Safor y de la Marina Alta. Fueron derrotados por el ejército cerca de Muro. 

En total se rebelaron unos dos mil campesinos, y en el levantamiento tomó parte mucha gente de estos valles. Fueron derrotados en Setla de Nunyes, hubo 10 o 12 muertos y otros tantos heridos, fueron capturados 43 agermanados y de ellos fueron procesados 26. Entre los enjuiciados en 1694 aparece un tal Agustín Masanet, natural de Famorca, que fue condenado a 5 años de prisión, en un castillo, y también aparece Mateu Roselló, de Castell de Castells, que fue condenado a diez años de galeras y a una multa de 500 libras. 

Severino Giner (“Historia de Murla”) escribe: “Los pueblos que se adhirieron al movimiento fueron los siguientes: Rafol de Almunia, Sagra, Benimeli, Setla, Tormos, Orba, Alahuar, Alcalalí, Xaló, Tárbena, Castell de Castells, Famorca, Sella, Muro, Gayanes, Benisili, Forna, Loras, Beniarrés y Alcoser.” 

Dominada la rebelión, los señores aumentaron sus exigencias a los colonos. 

La Segunda Germanía tuvo su prolongación en la Guerra de Sucesión, a principios del s. XVIII. 



Finales del S.XVII

En un libro de 1681 de Vicente Mares , “La Fenix Troyana”, de 1681 aparece esto:














LA GUERRA DE SUCESIÓN 


Joaquín Cuevas cuenta que en la Marina Alta, entre 1650 y 1654 hubo una gran catástrofe demográfica, ya que fueron años de peste y hambre, y en aquellos años murió el doble de población que moría normalmente. En 1707 y 1708 también hubo una profunda crisis demográfica. Estas crisis sucedieron también en Famorca. 

En 1700 se inicia la guerra de Sucesión. El Marquesado de Guadalest apoyó la causa austracista en la Guerra de Sucesión, que terminó en 1707, siendo derrotados los austriacos y vencedor Felipe V. No obstante, casi toda la nobleza apoyaba a los borbones. El campesinado apoyaba a los austracistas, pues les habían prometido acabar con las abusivas condiciones a que eran sometidos. 

En 1705 los austracistas desembarcaron en Altea, y en 1706 era proclamado como rey Don Carlos, y el Marqués de Guadalest formó parte de la Junta de Gobierno. 




DESPUÉS DE LA GUERRA DE SUCESIÓN 

Administrativamente el valle de Seta perteneció a la Gobernación de Xátiva hasta 1707. Desde 1707, perteneció al Corregimiento de Alcoy, hasta la creación de las provincias en 1833.



En el año 1717, el Marqués de Ariza concedió a la iglesia la administración del horno del pueblo. El horno se construyó entre los años 1717 y 1722. 

En 1744 hubo una gran epidemia de peste por todo el norte de la provincia. 

A partir de 1735 hubo un extraordinario crecimiento de la población en el valle de Seta, lo que hizo que se pusieran en cultivo tierras que antes no se habían cultivado. La producción agrícola a lo largo del siglo aumentó considerablemente. 

En 1756 hubo en toda la zona una gran plaga de langostas. En 1775 hubo una sequía muy grande.




SIGLO XIX



La Guerra de la Independencia duró de 1808 a 1814. En todos los pueblos se crearon milicias en previsión de que aparecieran los franceses. Las milicias de los pueblos eran bastante numerosas para la población de los pueblos. No tengo datos de Famorca, pero pensemos que en un pueblo como Tárbena había 21 hombres en la guerrilla y 75 en las milicias. 



Martí Gadea que nació en Balones en 1837, cuenta que, durante la Guerra de la Independencia, se pasaron años muy malos y de mucha hambre. También cuenta que, de vez en cuando, venían patrullas de franceses que saqueaban las casas y hasta mataron a gente de estos pueblos. Alguna vez, aprovechando que se ponían borrachos frecuentemente, la gente de los pueblos aprovechaba la ocasión para asesinar a alguno de ellos. 



Con motivo de la Guerra de la Independencia empezaron los primeros retrasos en el pago de impuestos. Los señores habían encargado a los ayuntamientos la recaudación, y empezó a haber problemas. 

Los Marqueses de Guadalest tenían una casa-palacio en Gorga. En aquella casa vivía el Gobernador de los Valles, que luego sería el Alcalde Mayor de Gorga. Gorga siempre ha sido la capital de los valles de Seta y Travadell. El Alcalde de Gorga era de primera clase, y de él dependían en ciertos asuntos los alcaldes de los demás pueblos. En Gorga aparte del Alcalde Mayor había un alcalde ordinario. En Gorga había cárcel, juez, suplente de juez, fiscal y suplente de fiscal. El ayuntamiento de Gorga lo formaban 7 personas: el alcalde ordinario, el regidor, el síndico y cuatro regidores más. 

El Marquesado de Guadalest estaba formado por el actual valle de Guadalest, el valle de Seta, Gorga, Benasau y Millena. 

Benillup pasó a la jurisdicción del Marqués de Tormos y luego al conde de Rotova, tras ganar una partida de naipes al Marqués de Guadalest, que se lo había apostado. Benasau, antes había pertenecido al Barón de Finestrat. Gorga en algún tiempo perteneció al Marqués de Cruilles. Ares pertenecía al marqués del Bosch. Alcoletja era del Marqués de Maferit, Benilloba del conde de Revillagigedo. Penáguila era del Realengo. Planes era del Marqués de Cruilles, el Vall d´Alcalá del Duque de Gandía, y Castell de Castells pertenecía a la Orden Militar de Calatrava. 

En 1821 hubo una revuelta campesina en Alcoy, dirigida contra la mecanización de la industria de la lana. 

En 1823, Fernando VII instauró una terrible dictadura que duró 10 años. 

Desde 1827 a 1830, y más años, durante largas temporadas había en el pueblo una Sección del Batallón de Voluntarios Reales nº 34, de Alcoy, (27 hombres al mando de un teniente), “en persecución de malhechores”. La manutención de los soldados la tenía que pagar el ayuntamiento de Famorca. En 1873, una partida carlista asaltó el ayuntamiento y quemó mucha documentación del ayuntamiento y del registro civil. La partida estaba capitaneada por Ricardo Fuster. En las actas del ayuntamiento se puede leer: “que con fecha ocho de febrero último se presentó una partida carlista, la cual se llevó de la Alcaldía una escopeta de un cañón de la propiedad de Miguel Masanet, de esta vecindad”. El ayuntamiento indemnizó con veinte pesetas al dueño de la escopeta. 

La supresión de los diezmos ocurrió desde 1837 a 1841. Entre 1811 y 1823 se empezaron a abolir los señoríos, pero en la práctica no sucedió hasta 1834.



Sobre 1810, más de la mitad de España estaba organizada por señoríos.
El Señorío del Marqués de Guadalest no implicaba la propiedad de la tierra. El Señor ejercía, por delegación de la Corona un “dominio legal” sobre los que vivían en un determinado territorio: rentas, impuestos, peajes por pasar, monopolio de actividades como la molienda de cereales, almazaras, nombramientos de oficios y cargos públicos, etc.

Entre 1830 y 1840, los campesinos obtuvieron la propiedad de las tierras que llevaban en arrendamiento.

El paso de la propiedad de las tierras, desde el señorío a los agricultores, parece ser que, en estas comarcas, se hizo sin que mediara ningún pago. Se aplicó la legislación nacional y los derechos señoriales quedaron anulados. A falta de obtener información expresamente localizada en el marquesado de Guadalest (al que pertenecía la población de Famorca) veamos lo que decía Madoz en 1846 sobre esta comarca:
“Por todas partes se ve la industria rural y la aplicación de aquellos colonos, dignos en otro tiempo de mejor suerte, porque recargados entonces de tributos señoriales, solo parece que trabajaban para llenar los cofres del señor (….) Afortunadamente han cesado de pagarse desde 1812 los referidos derechos señoriales desde cuya época ha vuelto a reponerse asombrosamente aquel cuerpo, robusto y bien nutrido en tiempo de los árabes, y que había quedado reducido a un deplorable esqueleto”.










R. Garrabou en “Régimen señorial y reforma agraria liberal en el País Valencià” señala:

“Dada la estructura de la propiedad en el momento de decretarse la abolición del régimen señorial, resultaba bastante improbable que las principales casas señoriales consiguieran transformar sus dominios en latifundios, tal como sucedió en la España meridional (…)La clave de este desenlace se encuentra en que la enfiteusis sólo les reconocía el dominio directo y la posibilidad de redención que abría el decreto abolicionista a los enfiteutas.(…) P. Ruiz señala: “Aún con las excepciones de rigor, en general los grandes señores jurisdiccionales no se convirtieron en propietarios privados de las tierras cultivadas en sus antiguos señoríos”. Las causas eran claras: “La legislación revolucionaria concibió la enfiteusis como una forma de propiedad compartida, al tiempo que sancionaba legalmente la conversión del dominio útil del enfiteuta en propiedad plena, una vez redimido el correspondiente censo y las demás cargas y obligaciones del contrato enfiteútico”.

En cualquier caso, los antiguos administradores de los señores se convirtieron en los más ricos de los pueblos, y se hicieron con el poder real de los mismos en una nueva versión del Señorío. Se establecieron unos mecanismos de poder y unas redes de caciques locales que controlaban las elecciones y hacían y deshacían en los pueblos según su voluntad, y se obtenían importantes cargos en el ámbito provincial, y se conseguían carreteras, servicios o reducción de impuestos según que los políticos fueran amigos o enemigos de los caciques de la zona. Típico de esta forma de actuar fue D. Joaquín María Orduña, que murió en 1897 y fue jefe del partido conservador en la provincia de Alicante y ejerció gran influencia en todos los pueblos del Marquesado de Guadalest.

En 1833 se crearon las provincias. Toda la zona pasó a formar parte de la provincia de Alicante.

En 1836 salió el decreto sobre la desamortización de los bienes de la iglesia. Este decreto hizo que veinte años después se subastaran todos los bienes de la iglesia en Famorca. 

Alrededor del año 1837, muchos hombres del valle se alistaron como soldados carlistas. También alrededor de este año, volvieron a los pueblos muchos habitantes que estaban en los conventos y fueron exclaustrados, según cita Martí Gadea. 

En 1844 se fundó la Guardia Civil, principalmente para acabar con los bandoleros. No se consiguió acabar con el bandidaje, pero lo hizo disminuir. 
 
En 1846 se constituyeron 21 puestos fijos de la Guardia Civil en la provincia de Alicante. 
Al de Callosa d’En Sarriá pertenecían: Callosa d’En Sarriá, Beniardá, Benifato, Benimantell, Bolulla, Castell de Castells, Confrides, Cuatretondeta, Facheca, Famorca, Guadalest y Tárbena. Altea: Altea, Polop, Alfaz y La Nucía.
Al de Alcoy: Alcoy, Benifallim, Penáguila, Benilloba, Alcolecha, Benasau, Gorga y Millena. 
Al de Cocentaina: Cocentaina, Beniarrés, Balones, Benimasot, Tollos, Muro, Alquería de Aznar y Benamer, Alcocer de Planes, Cela de Núñez, Turballos, Benimarfull, Benillup, Almudaina, Planes, Lorcha, Gayanes, Alfafara y Agres.

Durante todo el siglo XVIII, y principios del XIX, hubo numerosos bandoleros en toda la zona y eran frecuentes los asaltos a casas y por los caminos. Antes de la aparición de la guardia civil, venían partidas de militares que estaban asentados en los pueblos durante temporadas, persiguiendo a los bandidos. 

Durante la dictadura de Fernando VII, de vez en cuando, venían por el Valle las llamadas “columnas volantes realistas para la tranquilidad y el orden”, que imponían su ley y, con frecuencia, originaban intranquilidad y desórdenes. Cuando no era por una razón, era por otra, pero el caso es que la presencia de tropas en los pueblos del valle fue casi continua durante todo el siglo XIX. 

En 1845 salió una ley por la que todos los pueblos con menos de treinta vecinos perdían el ayuntamiento. Coincidió que por aquel entonces Famorca había ganado población, y eso le permitió conservarse como ayuntamiento independiente. 

La España del siglo XIX estuvo muy revuelta durante todo el siglo. Hubo guerras carlistas y muchos golpes de Estado y sublevaciones. Hubo movimientos revolucionarios en toda España en 1854 y 1868. 

Martí Gadea, hablando del bienio progresista (1854-1856) dice que “degeneró en numerosos motines y desórdenes que proliferaron y se desarrollaron por toda la geografía española. Salpicaduras de estos conflictos políticos llegaron incluso hasta los tranquilos pueblos de los valles de Seta, Travadell y Planes”. 




LA TOMA DEL CASTELL DE GUADALEST 

El 28 de octubre de 1848, un grupo de republicanos, unos treinta y cinco hombres, acaudillados por Lorenzo Carreras, de Castell de Castells, tomó el castillo de Guadalest, haciendo prisioneros a un comandante, a un teniente y a un soldado. Al día siguiente, acudieron tropas del Gobierno y asaltaron la fortaleza, matando a quince ocupantes durante el combate, y fusilando a los otros veinte a continuación. En la partida había gente de los pueblos de alrededores, entre los fusilados había bastante de Castell de Castells, de Parcent y de Tárbena. Los fusilados de Castell de Castells fueron: Lorenzo Carreras, Miguel Verdú, Antonio Peiró, Miguel Romá, Antonio Romá y Francisco Verdú. 





LOS CARLISTAS








La época (10.8.1874) http://hemerotecadigital.bne.es/issue.vm?id=0000324943 

En 1873 una partida carlista asaltó el ayuntamiento de Famorca y quemó mucha documentación del ayuntamiento y del registro civil. La partida estaba capitaneada por Ricardo Fuster. En las actas del ayuntamiento se puede leer: “que con fecha ocho de febrero último se presentó una partida carlista, la cual se llevó de la Alcaldía una escopeta de un cañón de la propiedad de Miguel Masanet, de esta vecindad”. El ayuntamiento indemnizó con veinte pesetas al dueño de la escopeta.



LA VIDA EN EL SIGLO XIX

Durante todos estos años la tierra había ido pasando de padres a hijos, pagando impuestos al señor. La tierra seguía siendo del señor, pero cuando la tierra pasó a ser propiedad de los que la trabajaban, aun cuando mejoró la situación general de todos, se creó una gran diferencia social entre los ricos y los pobres.

Socialmente, el valle seguía en la Edad Media y la Iglesia tenía una importancia excepcional.

En las Cortes de Cádiz de 1811, el diputado valenciano Pedro Aparicio Ortíz decía: “los labradores del reino de Valencia en pueblos de Señorío no pueden llamarse tales, y en verdad son meros esclavos.” Incluso en 1843, Madoz, hablando de los habitantes del valle de Seta dice: “son meros colonos, se afanan, sudan y recogen los frutos para un cortísimo número de ricos que son dueños del valle (...) las producciones son bastante escasas, y después de pagar las cargas vecinales y los arriendos, apenas queda lo suficiente para subsistir aquellos infelices”.

(“Señor, los labradores del reino de Valencia, en pueblos de señorío no pueden llamarse tales: son en verdad unos esclavos; sus tareas y sus afanes no tienen recompensa alguna. La contribución de tercio, diezmo, primicia, equivalente, pago de censos enfiteúticos, partición de frutos, luismos, pechos, alcabalas, derechos de riegos, de entradas en la capital, alojamientos, bagajes, contribuciones ordinarias y extraordinarias de guerra, fábrica material y formal de iglesias, con otros gravámenes que sufren principalmente los labradores, según los pueblos en que viven, son medios los más a propósito para su entera destrucción. Véanse si no una multitud de pueblos, o casi todos los de aquel precioso reino, que gimen bajo el intolerable yugo de los dueños territoriales y jurisdiccionales, como en medio de sus continuos afanes y fatigas, apenas consiguen que la tierra les produzca lo que basta para llegar a la boca un bocado de pan de panizo. Repárese cuando en medio de su desnudez y de su miseria, sin poder acallar los tristes clamores de una afligida consorte o de sus tiernos hijos, en vez de encontrar algún socorro en aquellos que con pródiga mano debían franquearles los correspondientes auxilios, por lo general les insultan, les oprimen, les ejecutan, y les conducen al estado de la desesperación o de la mendiguez”).

En tiempos de Fernando VII se sacaron leyes curiosas como la de no poder trabajar domingos ni festivos bajo pena de multa, la prohibición de salir a la calle después de las diez de la noche o la prohibición de pararse en las esquinas de las calles ni ir más de tres personas juntas.

Las epidemias y las malas cosechas se multiplicaban. Hubo epidemias de cólera en 1831, 1837, 1854, 1855,1865 y 1874. Una gran epidemia de cólera en 1885 diezmó la comarca, sólo en Alcoy murieron más de mil personas. Los años 1866, 1868, 1884, 1885 y 1893 fueron de grandes lluvias, pero fueron perjudiciales para las cosechas. En 1828, 1845, 1846, 1848 y 1878 hubo grandes sequías y se secaron los barrancos y el río.

Cuando se abolieron los señoríos, en 1841, el Marqués de Ariza todavía conservaba el 5% de la propiedad urbana del municipio.

De 1840 a 1850, se pasaron años de hambre, debido a la gran sequía que hubo.

Durante los años 1848 y 1849, no cayó ni una gota de lluvia. Estos años se conocen como “els anys de la seca”. Martí Gadea escribiendo sobre los pueblos del valle de Seta dice: “se secaron muchas fuentes, casi todos los árboles, y los pocos que se atrevieron a sembrar, no cogieron nada, porque los trigos no llegaron a espigar”. Continuó escribiendo sobre las consecuencias inmediatas: “ y por eso se fue casi toda la gente a los pueblos de Castilla, a trabajar en las carreteras y ferrocarriles, no quedando en ellos más que el retor, el alcalde, el secretario, el doctor, el barbero y alguno de los más pudientes, que pasaron muchas estrecheces en ese tiempo”.

Sobre la epidemia de “cólera morbo” de 1854, Martí Gadea cuenta que todos los pueblos del valle de Seta se quedaron casi vacíos, ya que por miedo al contagio abandonaron las casas temporalmente. Dice que, en Balones se fue hasta el alcalde, y sólo se quedaron allí el cura y el barbero.

La primera guerra de África comenzó en 1860, y esto supuso más pobreza para todo el país.

En 1866 hubo una terrible crisis económica en toda España que duró hasta 1869.

La pobreza de los habitantes continuaba. Cavanilles en 1794 escribía: “Desgraciado el que por ellos viaja sin llevar cuanto necesita para el sustento y descanso, pero más desgraciados los tristes colonos que trabajan, sudan y recogen los frutos para un cortísimo número de ricos, dueños del valle. (…) Con esta poquedad han de subsistir aquellos infelices y pagar las cargas de vecino y los arriendos”. En las Cortes de Cádiz de 1811, el diputado valenciano Aparicio decía: “los labradores del reino de Valencia en pueblos de Señorío no pueden llamarse tales, y en verdad son meros esclavos”. Incluso en 1845, Madoz, escribiendo sobre los habitantes del valle de Seta escribe: “son meros colonos, se afanan, sudan y recogen los frutos para un cortísimo número de ricos que son dueños del valle (...) las producciones son bastante escasas, y después de pagar las cargas vecinales y los arriendos, apenas queda lo suficiente para subsistir aquellos infelices.”

La población aumentaba y la pobreza también, hubo epidemias y sequías. Ante esto, comenzó la emigración, sobre todo a Argel, a partir de 1875.

Con tantas calamidades, la gente comenzó a emigrar a América y a Argel. A partir de 1875 la emigración fue masiva hacia Argel. Durante la primera mitad del siglo XIX los que emigraban iban a Castilla unos pocos años y luego volvían al pueblo.

A partir de 1870 hubo una expansión económica en la comarca, debido a que se empezó a cultivar la vid en grandes cantidades, ya que una plaga de filoxera había arruinado los viñedos de Europa y Cataluña.






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