miércoles, 31 de octubre de 2018

35. Actos religiosos

35. Actos religiosos

LA RELIGIÓN



Hasta no hace mucho, la religión era la base de toda la existencia en el pueblo, la devoción era muy grande, y todo lo que pasaba, por malo que fuera, se aceptaba con resignación, porque era la voluntad de Dios. Había mucho temor de Dios y miedo al castigo eterno. En ninguna casa faltaban varios crucifijos y muchas láminas o estampitas de vírgenes y de santos, a los que se les rezaba bastante y se les tenía mucha devoción. Había quién era especialmente devoto de tal o cual santo. Todo el mundo iba el domingo a misa.


Ha habido, y todavía hay, mucha devoción a San Cayetano, a la Virgen de los Dolores, a la Virgen del Rosario y a la Virgen de los Desamparados (Famorca pertenecía a la diócesis de Valencia). Había, y todavía hay, una capillita que iba de casa en casa. Antes de la guerra la capillita era de la Divina Pastora, y luego la quemaron. Ahora es de la Virgen del Rosario (de Fátima). La capillita estaba un día en cada casa, y se le ponían lamparillas. Por la noche, todas las vecinas de la casa donde estaba la capillita acudían allí para rezar el rosario frente a la Virgen. Además, se rezaba el rosario frecuentemente. El rosario estaba colgado de un clavo, en la pared, junto al hogar, para tenerlo bien visible y a mano.

Todas las tardes del año, (incluidas las de los días de las fiestas, mientras los músicos estaban tocando en el baile), se iba a rezar el rosario a la iglesia. Allí acudían todas las mujeres del pueblo y algunos hombres.

Los campos y las casas no se bendecían. Las caballerías se bendecían el día 17 de enero, San Antón, pero eso era muy antiguamente, y se dejó de hacer a principios del siglo XX.

Los votos eran muy corrientes y muy sacrificados, e incluso algunas mujeres se ponían cilicios. Era corriente hacer promesas de ir descalzos a algún sitio, o durante la procesión de San Cayetano. Normalmente, eran las mujeres las que hacían estos votos.

A la Virgen de los Dolores se le hacía un septenario muy solemne al que acudía todo el pueblo, y había incluso sermón. A San José se le hacía novena, y también novenas esporádicas a otros santos como Santa Rita, la Virgen de Lourdes, el Padre Damián, etc. La novena de San Cayetano se hace desde no hace mucho tiempo.

Si se leen detenidamente las letras de las canciones de la iglesia, nos daremos una idea de cómo se entendía la religión en aquellos tiempos.


BAUTISMO

A los ocho o quince días de nacer, se hacía el bautizo del niño. No siempre se hacía celebración por el bautizo. Otros hacían bizcochos, magdalenas, etc. y las ponían en mesas en casa, y la gente del pueblo iba pasando comiendo pastas y bebiendo vino moscatel. En la calle, el padrino lanzaba a los niños caramelos y moneditas.

Como curiosidad, cuento el hecho de que en 1787, según documentos de la Iglesia: “Vicente Masanet, por estar en extrema necesidad, fue bautizado en la cabeza, que es lo que únicamente sacaba del vientre de su madre”.



COMUNIÓN

Se hacía por el Corpus, o días antes, y el día del Corpus los comulgantes salían en procesión. Todos los niños del pueblo comulgaban a la vez. A principios del siglo XX comulgaban entre los siete y los nueve años. El vestido de comunión de las niñas era una bata de diversos colores que les llegaba hasta las rodillas. Los niños llevaban un pantalón y una camisa. Después de la comunión, antes de comer se convidaba a los allegados a dulces, y algunos, muy pocos, los invitaban a comer. A partir de los años cincuenta, los que habían tomado la comunión iban de casa en casa todos juntos, pidiendo que les dieran alguna propina. 

Gloria Vidal Llodrá, a pesar de su enfermedad de Alzheimer, en el año 2002, con 86 años de edad, se acordaba de memoria de la poesía que recitó para su Primera Comunión, en 1925, con nueve años de edad:

"Oh, qué día tan dichoso, en que te recibo señor,
hoy te hago de regalo mi alma, mi vida y corazón.
Tomad, amante querido, esta ofrenda que te doy,
el que toma a dar se obliga, 
me darás gracia y paz en esta vida,
y después la salvación.
juntemos los dos cariños, el tuyo y el mío Señor,
y te diré en el momento que para Tí es mi amor.
Recoge corazón santo lo que te acabo de dar,
para tí lo quiero todo, hasta el ramito de azahar.
Desde el pie del Altar santo, llamándote estoy María,
que vengas a acompañarme y me des la mano
para ir a recibir a Jesús Sacramentado.
Santísimo sacramento, mi corazón es un huerto
y plantas quiero plantar y pido plantas del Cielo
y Vos me lo habéis de dar.
Plantad vos las tres primeras, fe, esperanza y caridad,
y después plantaré yo otra planta que se llama:
"en tí pongo mi amistad".
Esta planta hará flor y a su flor se ha de llamar,
por amor a Jesucristo: antes morir que pecar".



MATRIMONIO

Los jóvenes se casaban entre los veinte y veinticuatro años. Cuando se casaban apenas se conocían, y con frecuencia, hasta no hace muchas décadas, casarse con uno o con otro dependía más de los arreglos de las respectivas familias que del amor que se tuvieran.

Cuentan que, a veces, en el siglo XIX, cuando los que habían sido novios abandonaban el noviazgo, el novio por despecho, apilaba alguna albarda vieja y otras cosas junto a la fachada de la casa de la novia y le prendía fuego, ensuciándole la fachada.

Para la pedida de mano, el novio y sus padres iban a ver a los padres de la novia, y les exponían los bienes que el novio aportaba al matrimonio, y los padres de la novia se obligaban a igualar con dinero o bienes lo que el novio aportaba. A este acto se le llamaba “l´encartament”.

El hombre que se iba a casar, días antes de la boda, invitaba a los que no se habían casado del pueblo todavía, y a esto le llamaban “la convidá”. Si el que se casaba con una chica del pueblo era forastero, hacía una convidada más importante, para compensar el llevarse a una chica del pueblo.

Para hacerse el ajuar (“aixouar”), la novia iba a Alcoy a comprar la tela para las sábanas, y ella misma se las bordaba, poniendo sus iniciales y una cenefa. El bordado lo hacía a mano, aunque cuando aparecieron las máquinas de coser se utilizaron éstas. Otras, las que no sabían coser, los daban a otras para que se los bordaran. A las toallas también se les ponían las iniciales. Para el ajuar también se hacía la ropa interior. Las mantelerías las compraban hechas o se las bordaban ellas. Además, dentro del ajuar estaba la vajilla, la cristalería y todo lo de la cocina. El novio, normalmente, aportaba al matrimonio la casa y los muebles.

Una vez casados, hasta que tenían casa, la mujer iba a vivir a casa de la familia del marido. Con muchísima frecuencia los varones se casaban con chicas de fuera y las chicas también. Hago observar que aunque se conservan prácticamente los apellidos de los repobladores del s. XVII, no es porque los del pueblo se casaran entre sí, sino porque los varones se quedaban en Famorca y se mantenía el apellido en el pueblo.

El día de la boda, los novios se ponían trajes bonitos. Las novias se casaban con un traje negro largo. A la salida de la boda se le tiraban a los niños caramelos y monedas. Muy pocos hacían comida con invitados para celebrar la boda. Lo normal era tomarse un aperitivo, todo basado en dulces, y no acudía mucha gente. Muchas veces, después de la boda se hacía una chocolatada en casa de la novia, y se ponían magdalenas, bizcochos, mantecados y otros dulces, acompañado de licores y aguardiente. Sólo a partir de 1945 alguno de los que se casaban empezaron a invitar a una paella a los familiares y amigos. Hasta los años veinte, o más tarde, no había costumbre de regalar nada a los novios. Lo del viaje de novios no llegó hasta bien entrado el siglo XX, y no en todos casos ni mucho menos. Se solía ir a Calpe, a Valencia, a Barcelona, etc.

Alrededor de 1930, en Famorca se casó Amparo, la hija del Recordí, que era el más rico del pueblo. Se casaba con un hombre de Altea (el Rostoll) que también era muy rico, e hicieron una boda por todo lo alto. Vinieron muchísimos invitados desde Altea y tuvieron que subirlos en mulos desde Castell de Castells ya que no había carretera. Todo el pueblo tuvo que movilizarse para preparar las comidas y para que los invitados pudieran alojarse. Esta chica fue la primera que se casó de blanco en el pueblo. Al acabar la boda, todos los cazadores dispararon sus escopetas en señal de alegría. La comida también fue buenísima para aquella época, cuentan que mataron treinta pollos e hicieron muchísimos flanes en el horno.

Era muy corriente el casarse al enviudar, y casi siempre se tenían hijos con la nueva pareja. También era frecuente casarse con un hermano o hermana del que se hubiera muerto. Cuando se casaban dos viudos, los mozos del pueblo iban con cencerros (“picots”) y gritaban y cantaban y les gastaban bromas pesadas. A esto se le llamaba la “cencerrá” o “la picota



ENTIERROS

Los ataúdes los hacía el carpintero del pueblo. El velatorio se hacía en casa, y solía ser muy concurrido, con el cuerpo del muerto tapado.

Durante los siglos XVII y XVIII, muchos, en el testamento, dejaban escrito que querían ser enterrados con hábito de fraile o de monja. El que más pedían era el hábito de San Francisco del Convento de Descalzos de Gallinera, y alguno pedía otro, como el de Recoletos del convento de San Francisco de Cocentaina. En el testamento se solían dejar varias misas pagadas.

No siempre se decía misa para el entierro. Si había que celebrar misa, el cadáver entraba en la iglesia, y si no, lo colocaban a la entrada de la iglesia, le daban la bendición. Las campanas tocaban “a muerto” para avisar del acto religioso. El cura no iba al cementerio.

Hasta los años veinte o por ahí, a la gente pobre, la llevaban a enterrar en un ataúd de madera que se guardaba en el cementerio. Le hacían el velatorio con este ataúd, y a la hora de enterrarlo, lo sacaban de la caja y depositaban el cuerpo en el agujero, recuperando el ataúd para que le sirviera a otro difunto.

Al entierro iba todo el pueblo detrás del ataúd, hombres y mujeres, el ataúd iba llevado a hombros y mientras se hacía el traslado, las campanas sonaban a medio vuelo.

Para ir al cementerio no había puente sobre el río, y había que vadearlo cuando llevaba agua. Cuentan que una vez que hubo una gran crecida en el río, tuvieron que tener el cadáver del difunto tres días en casa hasta que pudieron vadear el río y enterrarlo en el cementerio.

El luto duraba unos cinco años para los familiares cercanos y dos años para otros familiares, y como siempre se moría alguien, siempre iban vestidos de negro. Como señal de luto, los hombres no se afeitaban durante algún tiempo.

Después del entierro, se hacían misas por el difunto cada año, y en algunos casos, cada mes.

Cuando el muerto era un niño, el ataúd era una cajita blanca, y alguna vez se le solían poner flores, generalmente violetas. Las campanas sonaban de otra manera, y la gente cuando oía estas campanadas decía: “angelets al cel”. Dentro de la desgracia, también se pensaba que el niño muerto iba a ser un nuevo ángel.

Vi un grabado antiguo, donde estaba la figura de una madre de Castell de Castells, bailando delante del cadáver de su hijito muerto. El grabado creo era del siglo XIX, y con un poco de imaginación habría que pensar si se haría lo mismo por aquí. Adolfo Salvá cuenta que en Castell de Castells y en Tárbena, cuando el muerto era un niñito, se cantaba, se bailaba y se comía durante el velatorio, y se llegaba hasta el extremo de hacer bailar unos pasos a la madre.

Cuentan que en los años diez, una vez nevó tanto que no pudieron llevar a enterrar a un señor que se había muerto, y tuvieron que tener el cadáver en casa tres días hasta que lo pudieron enterrar.

Incluso, cuando venía el río muy crecido, como no había puente para ir al cementerio, tenían que guardar el cadáver en casa uno o dos días hasta que la crecida bajase.



CEMENTERIO

En toda España, hasta que llegó Carlos III, los cementerios estaban junto a las iglesias. En Famorca se enterraba en la propia iglesia, en un sótano que todavía está hueco y que se cerró en 1912. Tanto el cementerio actual de Fageca como el de Famorca se empezaron a usar en el año 1816.

Los primeros nichos del cementerio se hicieron en los años cincuenta, al tiempo que se amplió el cementerio. Hasta ese año se enterraba a los muertos en el suelo, sin lápida y sólo con una modesta cruz.

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